domingo, 29 de diciembre de 2013

Escombro y Ruina. (Paisajismo decadente I)

   Uno puede ver muchas cosas cuando monta en bicicleta. Puede ver valles y campos, montañas y ríos. Puede ver bosques, playas, acantilados. Pero uno también puede ver otro tipo de cosas mientras echa los higadillos a golpe de pedal. Cosas extrañas, sobrecogedoras, de una belleza distinta. Pueblos fantasma, minas abandonadas, cuarteles desmantelados... Paisajes devastados, escenarios dantescos que, por alguna razón desconocida, poseen un fuerte magnetismo. Debe ser el influjo de la decadencia, el morboso atractivo de la decrepitud, pero el caso es que uno no puede evitar sentirse fascinado por estas sugerentes estampas.

La costa vizcaína tiene de todo un poco: parajes idílicos, puertos
pesqueros... Y centrales nucleares a medio desmantelar. (Wikipedia)
   Una posición de privilegio en mi catálogo personal de ambientes calamitosos la ocupa la central nuclear de Lemoiz (Bizkaia). Este mamotreto de hormigón y acero empezó a construirse en la década de 1970 y nunca llegó a entrar en funcionamiento, pero ahí sigue. Sus pabellones y sus depósitos acorazados ocupan una magnífica parcela en primera línea de la costa vizcaína, en un desafío al buen sentido y al mínimo criterio medioambiental.

VESTIGIO ATÓMICO

   Pero al margen de estas consideraciones, he de reconocer que esta imponente ruina industrial es todo un espectáculo. Hace ya unos diez años que pasé junto a ella a lomos de mi Conor de montaña. Era aquella una ruta sencilla, que no obstante se convirtió en un infierno debido a mi falta de previsión con el material de abrigo y a una cala mal instalada. Fuera de estos padecimientos y del mencionado espectáculo de la planta nuclear abandonada, no recuerdo gran cosa de aquella jornada.

   Es una pena que la carretera no pase más cerca de la central y que no se pueda entrar en el recinto, porque así uno podría husmear entre los recovecos de este vestigio de la era atómica, sintiéndose como un figurante de Mad Max o como uno de esos personajes posapocalípticos de los tebeos de Jeremiah.
En los comics de Jeremiah abundan las ruinas
y las chatarras. (Caesartort.blogespot.com)

   La mina de Bodovalle, también en Bizkaia, es otro ejemplo de este paisajismo decadente que uno puede apreciar en sus salidas en bici. Además, en este caso, el cicloturismo de chatarra y residuos puede combinarse con las exigentes ascensiones que, por sus distintas vertientes  --Argalario y Peñas Negras, por ejemplo--, llevan a esta descomunal explotación.

BARRACONES Y HERRUMBRE

   Abandonado desde hace años, este inmenso pozo es uno de los restos más espectaculares de los Montes de Triano, en los que abundan las huellas de un pasado minero que sembró estos parajes de barracones, fosos y planos inclinados. Muy cerca de esta mina, en contraste con la herrumbre de la maquinaria y el color cobrizo de la tierra descarnada, se extienden ahora los verdes prados del campo de golf de La Arboleda.

Minas a cielo abierto y despojos varios amenizan
los paseos por los Montes de Triano. (Museominero.net)
   Este complejo, construido con dinero público y gestionado por una empresa privada, se puso en marcha en los alegres tiempos de los proyectos faraónicos y los aeropuertos sin aviones. Luego, como en tantos otros casos, vino el llorar: las pérdidas económicas crecen y crecen, y el futuro del campo se presenta bastante complicado. No sé, igual dentro de poco cierran el chiringuito y tenemos otra ruina más que visitar.

   Pero las ganas de escribir se acaban y la inspiración se desvanece, así que el relato sobre las incursiones de Pepe Bellaco en pueblos malditos, antiguas instalaciones militares y otros misteriosos lugares habrá de quedar para próximas entregas de este blog. Espero el lector sabrá perdonar tan abrupta despedida.





 
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lunes, 23 de diciembre de 2013

Lastimosa cantinela

   Hacer planes a largo plazo se está convirtiendo en un inaguantable ejercicio de masoquismo. Problemas familiares surgen un día sí y al otro también, y cuando parece haber escampado, regresan una vez más, sumiéndome en la frustración. Así no hay quien se atreva a proyectar nada, y el desánimo arrincona poco a poco a la ilusión. Irati Xtrem, Pax Avant, Larra-Larrau, otrora objetivos estelares de mi calendario, se desdibujan en una neblina de dudas, temores e incertidumbres.

   A nadie le interesan estas lamentaciones personales, bien lo sé; pero es lo que hay. Este es un blog de consumo propio, y no estoy dispuesto a renunciar a mi derecho a la autocompasión en aras de unos lectores que, en todo caso, son más bien escasos. Dicho lo cual, seguiré regodeándome en mi desgracia, arrastrando mi tristeza como un Yosi o un Enrique Urquijo de pacotilla.
Las letras del añorado Enrique (Los Secretos) y el renqueante
Yosi (Los Suaves) --arriba--hunden la moral . (Elemaki)

   En este estado de cosas, el fantasma de la desmotivación empieza a manifestarse. Trepar al rodillo o sacar la BH de su prolongado retiro se hace más difícil, mientras cada vez resulta más sencillo hacerse trampas a uno mismo. La conciencia globera baja el nivel de alerta, y uno ya no se siente tan culpable cuando se salta un entrenamiento para hundirse en las profundidades de la apatía. «Total, por un día más o un día menos». «No pasa nada; la semana que viene se entrena más y ya ya está». Engañarse es fácil si uno quiere. Ante la ausencia de retos, sin señuelos ni artificios, el barniz de esforzado cicloturista se resquebraja, y la natural vagancia que habita en uno pugna por salir a la superficie.

EL PAPA Y LOS DESCREÍDOS

   ¿Qué hacer, pues, para no sucumbir al demonio de la desidia? ¿A qué aferrarse para seguir adelante en la cotidiana pugna contra la pereza? Confiar en que las cosas mejoren y en que, finalmente, pueda acudir a alguna marcha cicloturista decente, es una opción. Pero a estas alturas, los ánimos no están para muchos ejercicios de fe, pese a los encomiables esfuerzos del Papa Francisco por recuperar la esperanza de los descreídos.

El desesperado pop de Los Secretos es perfecto para regodearse
en la desgracia propia a golpe de vodka y/o cerveza.
MALDITA SEA MI SUERTE

   Por lo tanto, lo más razonable parece ser buscarse otros objetivos más flexibles, sin fechas fijas que me aten a compromisos que, probablemente, no podré cumplir. Más que nada, para evitar  frustraciones innecesarias y, de paso, ahorrar unos eurillos en inscripciones que puede que no me lleven a ninguna parte. Superar mi humilde récord de desnivel acumulado en una jornada, enfrentarme al demencial reto de subir el Angliru por sus dos vertientes consecutivamente, vengarme de mi fracasada tentativa contra el Collado Pelea, hacer un stage como es debido en el Pirineo Vasco francés... No sé, planes que pueda llevar a cabo con un cierto margen de maniobra temporal, que me permita sortear los eventuales percances que   --maldita sea mi suerte-- me persiguen de un tiempo a esta parte.

   Pero basta de gimoteos y de penosos plagios a Los Suaves y a Los Secretos, que ya va siendo hora de recuperar la dignidad. Acabemos con esta lastimosa cantinela, y dejemos las desgraciadas historias de Yosi y Enrique para esas deliciosas veladas de melancolía etílica que arrasan nuestros sueños y nos dejan sin ilusión.

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domingo, 8 de diciembre de 2013

Haciendo el cafre. La Bizkaia profunda II

   En esta segunda entrega de los Circuitos demenciales por la Bizkaia profunda, el asunto va a seguir discurriendo por cauces similares a los del capitulo anterior: carreteras secundarias, pistas hormigonadas que no llevan a ninguna parte y desniveles que hacen crujir bielas y rechinar dientes.  La etapa, en esta ocasión, consiste en un paseo de unos 53 kilómetros y alrededor de 1.740 metros de desnivel acumulado; un buen concentrado de cuestas y repechos con los que estropearse la salud sin necesidad de pasarse toda la mañana dándole al pedal.

Una pista más en el 'suma y sigue' de infiernos
verticales que no llevan a ninguna parte. 
   El recorrido transita por algunos célebres puertos de la comarca de las Encartaciones, aunque con ciertos añadidos que les confieren ese plus de dureza que busca todo aficionado a las salvajadas altimétricas. El problema es que no parecen existir altimetrías de buena parte de estas prolongaciones de las subidas tradicionales, así que he de advertir de que la fiabilidad de algunos de los datos que se ofrecen a continuación es más que cuestionable. No en vano, se trata de cifras registradas por un móvil chino de marca blanca --un Daytona de Orange-- e interpretadas por quien esto escribe, un sujeto de mente simple y con un amplio historial de 'Muy Deficientes' en Matemáticas.

AMNESIA TRANSITORIA

   La jornada empieza con dos kilómetros de bajada, desde el barrio de San Miguel, en Arcentales, hasta Traslaviña, perteneciente al mismo municipio. En este punto comienza la primera ascensión del día, que lleva hasta El Garmo. Es una subida sencilla, de unos 5,5 kilómetros al 3,8 por ciento de media, y en cuyas inmediaciones a punto estuve de desgraciarme hace ya mucho tiempo, en los felices estertores del siglo XX. Fue una caída tonta en un descenso en BTT, pero al no llevar casco se saldó con una amnesia transitoria y una buena ración de pruebas radiológicas en las Urgencias del Hospital de Cruces.

Las rampas al 30% te llevarán a la
agonía cardiovascular. (es.123rf.com)
   Después de esta escalada inaugural, llega el momento de enfrentarse con el Alto de Avellaneda, aunque con un extra que eleva esta tachuela a un nivel altimétrico más digno. El añadido a la subida tradicional comienza en la rotonda que hay en el alto, y consiste en una pista que se dirige hacia el barrio --por llamarlo de alguna forma, ya que no hay más que un par de casas-- de Luchaco. Este camino, estrecho y hormigonado, tiene tramos por encima del 20 por ciento de desnivel, y discurre entre descampados. Con este suplemento, el Alto de Avellaneda-Luchaco presenta unas cifras próximas a los 3,2 kilómetros y un 7,5 por ciento de pendiente media.

   Un corto descenso y, desde Sopuerta, comienza la ascensión a Bezi. Unos pocos metros antes de coronar este puertecillo, existe un desvío hacia la izquierda, que convertirá lo que era una subida relajada en una agonía cardiovascular. Apenas tiene 700 metros de longitud, pero en tan corta distancia se escalan 92 metros, con una rampa que, a ojo de buen globero, debe rondar el 30 por ciento de inclinación. Esta trampa final sitúa las cifras globales de este Bezi trucado en 3,2 kilómetros a un 8,8 por ciento de media.

   Con cuidado de no despeñarse por este camino de cabras, se regresa a la carretera principal para --ahora sí-- llegar hasta el barrio de Bezi propiamente dicho. Pero antes del descenso, una nuevo desafío vertical tentará al maltrecho cicloturista. Se trata de otra pista de cemento, que en esta ocasión surge a mano derecha de la carretera. Con poco más de un kilómetro, esta encerrona agijoneará nuestras piernas y pondrá a prueba compaq o triples platos con sus pendientes cercanas al 20 por ciento.

DECADENTE ESTAMPA

La viva imagen de la decandencia.
   La jornada va acercándose a su final. Pero dos últimos obstáculos se interponen aún en nuestro penoso peregrinaje por tierras encartadas: el ascenso a Alén y el regreso, ahora cuesta arriba, desde Traslaviña a San Miguel. La primera es una subida de cinco kilómetros al 7,5 por ciento, que llega hasta un antiguo barrio minero. Todavía habitado por algún que otro lugareño, Alén presenta sin embargo evidentes síntomas de abandono. El viejo frontón, desconchado y ruinoso, es la imagen de la decadencia; y la destartalada ermita parece haber sido víctima de una horda de impíos saqueadores. Como aficionado a los ambientes decrépitos, a la herrumbre y la chatarra, el panorama resulta interesante; pero no creo que a los moradores de esta zona les haga mucha gracia encontrarse a diario con esta triste estampa. De todas formas, para ser justo, he de dejar constancia de que junto al desvencijado frontón, pasa una ruta señalizada que está bastante bien.

   Bajada, un tramo corto de llano y llega el momento de darlo todo en el ascenso final hasta la casa de veraneo de mis padres, en la que sin que nadie me invite suelo instalarme de cuando en cuando para mis particulares concentraciones cicloturistas. Esta subida desde Traslaviña a San Miguel no tiene mucha historia: algo menos de dos kilómetros al siete por ciento de media. Lo malo es que, temeroso de que algún vecino me reconozca, suelo afrontar este tramo final con excesivas ínfulas, no vaya a ser que se piensen que soy un ciclodominguero que sube al tran tran. Abusando de desarrollo y sin atender a las alarmantes cifras del pulsómetro, me vacío y esprinto como un energúmeno, en una patética demostración de vanidadAlgún día estos estúpidos alardes van a costarme un disgusto, lo sé; pero es que uno es así de cafre.
 



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domingo, 1 de diciembre de 2013

Corsas y Sanderos. Utilitarios para la vida 'globera'

   El Renault hace aguas; literalmente. No sé cómo ni por qué, pero el caso es que cada vez que llueve, el agua se filtra al interior del habitáculo y un sucio charco de líquido pestilente se forma en el lado del copiloto. Es lo que tiene seguir con un Megane de primera generación que ya va para veinte años, y que nunca ha tenido un triste techo de garaje en el que cobijarse. Noche tras noche, día tras día, la lluvia, el frío y la nieve han ido haciendo mella en su vieja estructura. La mala vida impone su peaje, y el otrora fiable automóvil se torna ahora en achacoso armatoste.

La mala vida y las noches a la intemperie
han pasado factura a este viejo Renault.
   Harto ya de achicar agua con un vaso y de tratar de eliminar la humedad de la moqueta con las páginas de la prensa local, decido dar un paso al frente y recurrir a un profesional. Mis finanzas marchan malamente, como de costumbre, y sé que la factura del taller puede arruinarme el mes. Pero no me queda otra opción: estoy cansado de ser el hazmerreir del vecindario con mis continuas labores de desagüe, y la humedad puede acabar desencadenando un proceso de corrosión en la chapa del suelo.

   Así que dejo el Megane del 97 en manos del chapista del barrio. El hombre se lo toma con calma, y once días después, me dice que el coche está listo. Al parecer, el agua entraba por el sistema de ventilación, de forma que habían tenido que desmontarlo entero, vaciar el líquido del aire acondicionado, llenarlo de nuevo, y sellar la parte por la que se filtraba el agua. Total: 310 euros. Al avanzarme el presupuesto me había hablado de doscientos y pico euros, pero parece ser que no estaba incluido el IVA. Habrá que olvidarse de renovar mi ajada equipación ciclista de invierno...

TIRANDO A CUTRE

   La factura se añade a las otras muchas que, en los últimos meses, han ido minando mi economía y resquebrajando mi confianza en este trasto. ¿Qué será la próximo? ¿Cuánto me sablearán por el siguiente percance? Una vez más, la duda: ¿Acaso no merece la pena desguazar este despojo y comprar un coche nuevo? Vale que el tema no está para muchas alegrías, pero con la desesperación de los fabricantes y las ayudas oficiales, igual me puedo sacar un modelo tirando a cutre por 8.000 euros.

Ni tan mal, por poco más de 8.000 euros (Dacia.es)
  La opción del Dacia Sandero se presenta como la más acorde a mi apurado perfil socioeconómico. Por poco más de 8.000 euros, está disponible una versión con un equipamiento medio presentable, que --¡oh, lujo!--, incluye aire acondicionado y algún que otro airbag. Por este precio, hay que conformarse con un motor de gasolina de 75 caballos, muy por debajo de la bestia de 112 caballos de mi Megane turbodiesel. Al parecer, el coche es bastante espacioso; y no habría problemas para transportar la BH en su interior.

FASTIDIOSOS TENDERETES

   Sin embargo, en la búsqueda de un automóvil low-cost compatible con la vida globera, el Opel Corsa también puede ser una buena elección. No es que sea una ganga --el más barato sale por casi 9.000 euros, promociones incluidas--; y tecnológicamente tampoco es nada del otro mundo. Pero es el modelo más asequible de la única marca --que yo sepa-- que ofrece la opción de montar el Flex-Fix

El artilugio de marras puede ahorrarte el penoso trance de
instalar portabicicletas, bacas o demás tenderetes. (Opel.es)
   Este artilugio, si funciona como prometen los videos de youtube, podría acabar con la penosa rutina a la que ha de enfrentarse todo cicloturista          --salvo aquellos afortunados poseedores de una furgoneta o sus derivados-- cada vez que se dispone a transportar la bici en su vehículo. Con este sistema se acabó la instalación de fastidiosos tenderetes                             --transportabicicletas, bacas o similares--, o la igualmente fastidiosa labor de desmontaje y montaje de ruedas y asientos para llevar la bici en el interior del coche. El Flex-Fix es parecido a las parrillas que se acoplan a la bola del vehículo, pero a diferencia de éstas, va instalado de forma permanente debajo del mismo; y cada vez que se quiere usar, tan solo hay que desplazarlo hacia afuera, como si de la bandeja de un lector de cedés se tratase.

   Pero por más que me queje del viejo Renault, las posibilidades de cambiar de coche siguen siendo remotas. Aunque quién sabe; si el Megane del 97 sigue tentando a la suerte con su errático funcionamiento, quizá acabe cometiendo una locura. Sus oxidadas hechuras acabarán entonces engrosando las listas del enésimo plan PIVE, y Pepe Bellaco podrá al fin conducir una máquina humilde pero fiable, como su robusta BH de aluminio.
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domingo, 24 de noviembre de 2013

Cicloturismo y radio. Pelea contra el rodillo

   Sin más horizonte que la pared; atrapado en un cuartucho cerrado. El tiempo parece dilatarse y los segundos se arrastran despacio, en una tediosa agonía. El sudor se desliza, fluye constante, y la frecuencia cardiaca se aproxima al umbral del colapso. Cada pedalada es un tormento, un sacrificio estéril; no hay avance posible, no existe salvación.

   Desolador panorama, éste, pero real como la vida misma. Toda sesión de rodillo es un viaje a ninguna parte; un ejercicio de autoflagelación en el que debemos renunciar a toda esperanza de confort o divertimiento. ¿Qué hacer, pues, para afrontar tamaño martirio? ¿Cómo sobreponerse al cansancio y la monotonía? Todo aquél que haya padecido en sus carnes los rigores del ciclismo indoor, sabrá que no existen fórmulas mágicas; aunque unos buenos vídeos de ciclismo, algún partido de la NBA o algo de música ayudan a engañar al aburrimiento.
El radiocasete es un gran invento, pero se muestra impotente
 para captar algunas emisiones. (shizaudio.ru) 

   Con tales mimbres solía tejer yo la estrategia para enfrentarme al rodillo, hasta que me topé con una nueva arma que añadir a mi arsenal: los programas de radio sobre cicloturismo. Aquello era lo que necesitaba; motivación ciclista y entretenimiento en un sólo producto para superar la pereza y encaramarme, cada dos o tres días, sobre el funesto artilugio que conforman mi vieja Peugeot y el Elite Realaxiom.

   Dos son los espacios radiofónicos sobre el mundillo globero que he encontrado en mis correrías por internet: Todo Ciclismo y En Ruta. En Vitoria no puedo escuchar ninguno de ellos en mi viejo transistor, por la radio convencional, pero se pueden descargar por la red desde sus respectivas webs.

DERROTEROS NOSTÁLGICOS

   Todo Ciclismo, de factura un poco más amateur, es un programa elaborado por miembros de la Peña Ciclista de la Universidad Politécnica de Valencia. En Ruta, por su parte, se emite en una cadena llamada Vinilo FM y es de carácter profesional, con algunos       --escasos-- anuncios publicitarios incluidos. 

   Personalmente, he de decir que el programa de Vinilo FM me gusta bastante más: es más ágil, los contenidos están mejor preparados, hay más invitados y el presentador principal domina el espacio y las técnicas de locución radiofónica. Todo esto no deja de resultar lógico; pues al fin y al cabo es un espacio de una cadena comercial, y como tal --pese a la precariedad imperante en el sector--, puede disponer de más recursos que un programa elaborado por aficionados. 

La moda retrochentera se empeña en resucitar
 al finado Naranjito (farm4.staticflickr.com)
   De todas formas, creo que es un producto mejorable en algunos aspectos. El presentador abusa en ocasiones de las batallitas, dejándose llevar por la añoranza ochentera y desviando el tema, a la menor ocasión, hacia derroteros nostálgicos que poco tienen que ver con el asunto a tratar. No obstante, no creo que uno sea el más adecuado para plantear tales objeciones, pues las cansinas alusiones a los tiempos de Naranjito pueblan también los artículos de este humilde blog. 

   Respecto a los contenidos, pienso que podrían sacar más provecho de los conocimientos de Marce Montero, el autor de la web 39x28altimetrias.com, que participa como colaborador pero al que no le dan mucha cancha.

EPO Y CLEMBUTEROLES

   En el caso de Todo Ciclismo, si bien la desinteresada labor de sus autores --que dudo mucho que saquen un triste céntimo por este trabajo-- resulta encomiable, el programa se hace a veces un poco pesado. Parte de culpa, sin duda, la tienen las reiteradas cuñas que, semana tras semana, repiten machaconamente los mismos consejos sobre la seguridad de los ciclistas en carretera. Está claro que este tipo de recomendaciones nunca están de más, pero lo único que se consigue con su insoportable repetición es espantar a los oyentes. 

   El espacio tiene una sección sobre ciclismo profesional que, lamentablemente, adolece de esa ambigüedad respecto al dopaje tan habitual en el periodismo patrio sobre la materia. Así, suele pasar de puntillas sobre los EPO y clembuteroles de nuestros deportistas, incurriendo en el típico lamento sobre lo perseguido que está el ciclismo y lo poco que se respeta la presunción de inocencia en este mundillo. Esto último es cierto, como también lo es que no se me viene a la cabeza ningún campeón ciclista de los últimos años al que no le hayan pillado con el carrito del helado o que, al menos, no se vea rodeado por motivadas sospechas sobre fraude.

   Algún programa más habrá, digo yo; pero entre estos dos y los partidos de los Boston Celtics trapicheados que descargo por la web, me las arreglo para salir con bien de las encarnizadas peleas contra el rodillo, ese formidable enemigo. 

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jueves, 14 de noviembre de 2013

Bricolaje chabacano. El ciclocomputador

   Desde los lejanos tiempos de EGB, en los que mi escasa maña con las manualidades se saldó con un vergonzoso suspenso en la asignatura de Plástica, muchas han sido las chapuzas que estas zarpas han perpetrado. Cuadernos de apuntes ilegibles, dibujos emborronados, maquetas contrahechas y a medio terminar... El catálogo de los horrores que ha deparado mi torpeza es largo, aunque los desastrosos resultados de mis incursiones en el campo de los trabajos manuales nunca han sido obstáculo para que siguiera dedicándome a ocasionales ejercicios de bricolaje chabacano.
Mitad heroe de acción, mitad científico, éste las
 liaba pardas con sus inventos. (tvshowsondvd.com)

   Cual MacGyver de tres al cuarto, recolecto piezas usadas y acumulo herramientas, pero a diferencia de aquel genio televisivo de las ciencias aplicadasningún provecho saco de todo ello. Los trastos viejos se acumulan así en mi trastero, a la espera de un arreglo que nunca llega o víctimas de frustradas tentativas de restauración.

CALAMIDADES

   Como no podía ser de otra forma, mi trayectoria cicloturista se ha visto mediatizada por semejante falta de destreza. Cualquier percance mecánico se convierte en una calamidad, y un simple cambio de cubiertas o un ajuste del freno pone al límite mis facultades. Como, además, las visitas al taller suponen un lujo fuera del alcance de un reporterillo de mi condición, las deficiencias se van acumulando en la BH, que se ve lastrada por toda suerte de holguras, roces y ruidos sospechosos. Manos torpes y bolsillos ligeros; mala combinación para quien aspira a desenvolverse dignamente en el mundillo globero.

   Toda esta tabarra autobiográfica viene a cuento del último engendro artesanal al que estas manos han dado forma: un ciclocomputador muerto y devuelto a la vida por obra y gracia de unos bastoncillos de algodón --de esos que se usan para limpiarse la mugre de los oídos-- y un poco de cinta aislante.

   El caso es que el aparato éste, un Sigma con cardiofrecuencímetro que me agencié en internet por 80 euros, había sufrido más caídas que Alex Zulle en sus buenos tiempos. Los impactos contra el suelo habían acabado por deteriorar el recubrimiento que aseguraba los botones a la estructura, de forma que éstos, uno a uno, acabaron por desprenderse, perdiéndose en la inmensidad de las carreteras. El negligente trato al que había sometido al cuentakilómetros había tenido consecuencias devastadoras, pues el artilugio, sin pulsadores con los que manejar sus funciones, había quedado completamente inutilizado.

ESFUERZO MÍNIMO, COSTE CERO

   Por mi mente pasó la tentación de adquirir un aparato nuevo, quizá uno de esos con GPS y medidor de pendientes, mas aquella locura pronto se retiró de mis pensamientos. ¿Acaso estaban mis finanzas como para aflojar 200 euros por un Polar o un Garmin? Quita, quita... Donde esté un buen apaño...

Cortar y pegar nunca fue tan fácil. Eso sí, luego
no esperemos un acabado deslumbrante. 
   Tras mucho pensar, di por fin con  la fórmula para sustituir los botones del Sigma con el mínimo esfuerzo y a un coste de cero euros. Eché mano de la cinta aislante negra que, desde tiempos inmemoriales, yacía en la caja de herramientas, y abrí el bote de bastoncillos de algodón que, también Dios sabe hacía cuanto, se encontraba en el armario del baño. Un par de cortes por aquí, y unos cuantos pegotes de cinta por allá, y unas minúsculas secciones del plástico de los bastoncillos, convenientemente recubiertas por la banda adhesiva, habían ocupado el lugar de los pulsadores. La cinta, un poco acartonada por el paso de los años, no había quedado bien pegada del todo, aunque hacía su función y evitaba que los cachos de bastoncillo que accionaban los circuitos del aparato se fueran al garete.

   He de decir, en honor a la verdad, que tan solo lo he probado entre las cuatro paredes de mi piso hipotecado, por lo que no es descartable que todo el invento se venga abajo con el primer bache de la carretera. Sin embargo, el cutreapaño parece funcionar bien, aunque estéticamente da bastante penita. Después de todo, ¿qué puede esperarse de alguien que ha suspendido Plástica?
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domingo, 3 de noviembre de 2013

Un circuito demencial. La Bizkaia profunda (I)

   En los confines de la Bizkaia profunda, allá donde el Land-Rover impera sobre el monovolumen y jaurías de perros campan a sus anchas en cada finca, existe una buena colección de cuestas homicidas con las que todo amante del cicloturismo irracional puede satisfacer sus obsesiones altimétricas.

   Se trata de subidas cortas y explosivas, porque este extremo occidental de Euskadi no es territorio apto para los aficionados a los puertos largos y tendidos. De eso nada; en esta comarca de las Encartaciones apenas hay lugar para ascensiones tranquilas ni apacibles llaneos. Subir, bajar y vuelta a subir; es lo que hay. Eso sí, todo muy bonito, con sus verdes prados, su ganado pastando aquí y allá, sus aldeanos de boina y tractor, sus bosques y sus montañas.
Ni monovolúmenes ni leches, el Land Rover y la BH
imponen su ley en los caminos de la Bizkaia profunda.

   Con estos mimbres, resulta sencillo configurar recorridos con los que maltratar el cuerpo, reventar cubiertas y quemar los frenos. A continuación, describiré un circuito un tanto demencial, pero que es perfecto para expiar nuestros pecados terrenales inmolándonos a golpe de pedal. Demencial, decía, porque en apenas 46 kilómetros, se ascienden casi 1.900 metros de desnivel. Todo es subir y bajar, sufrir y sudar.

   La cosa comienza en el barrio de San Miguel de Arcentales, donde este que escribe suele instalar su base de operaciones globeras en vacaciones y fines de semana. Desde allí hasta El Somo son dos kilómetros a una pendiente media en torno al nueve por ciento, con una primera parte por asfalto y una segunda por hormigón. En el tramo de pista, el asunto empieza a tener su gracia, con rampas de hasta el 18 por ciento.

CHATARRA Y MALEZA

   Luego llega el turno a la ascensión a Górgolas o Campinzas, un barrio dejado de la mano de Dios al que se sube desde la carretera que une Traslaviña y Villaverde de Trucios. A diferencia de esta carretera de la que hablo, por la que a casi todas horas transitan hordas de cicloturistas, la pista que lleva al mencionado barrio es un camino solitario, por el que lo más normal es no encontrarte ni al Tato. No es de extrañar, porque son dos kilómetros de subida con una pendiente media no muy elevada --en torno a un ocho por ciento según el GPS de mi móvil chino--, pero con varias rampas que, a ojo de buen globero, deben rondar el veinte por ciento. Una casa en ruinas, bonitas vistas sobre el valle y algo de chatarra semioculta por la maleza amenizarán nuestro avance por estos andurriales.
Por estas pistas no pasa ni el tato; como te dé un tabardillo
ya puedes rezar para que alguien te encuentre.
 
   La fiesta sigue con la subida a Jornillo; cinco kilómetros y una pendiente media del 6,6 por ciento. Al igual que en el caso anterior, no es cuestión de tomarse esta escalada a la ligera, porque su engañosa altimetría oculta una traca final con una sucesión de rampas que triplican esta cifra. Justo antes de coronar, suele haber dos perracos custodiando la caseta de una finca, pero afortunadamente no dan demasiado el coñazo, y una puede pararse en el alto sin temor a ser despedazado por estas malas bestias.

   La apoteosis altimétrica continúa con el ascenso a Gordón, que comienza cerca de la Plaza de Toros de Trucios. Es un buen punto de inicio, porque lo que aguarda a quien ose tomar este desvío es una verdadera carnicería, como lo es el absurdo arte de la masacre a la que tan alegremente se entregan los friquis de la Fiesta Nacional. Tres kilómetros al diez por ciento llevarán al cicloturista hasta un barrio rural conformado por cuatro casas, una capilla y... Otra plaza de toros. Cierto es que en este caso no se trata más que de un antiguo muro de piedra circular que rodea un pedazo de campa, pero no deja de resultar indicativo de la afición que existe por estos pagos hacia esta enfermiza tradición. Uno, que es un poco cafre, suele aderezar estas subida empalmando con una pista que lleva hasta una antena. Sólo son unos 200 metros, pero así se puede disfrutar de una rampa final con una pendiente que supera el veinte por ciento.

UN EXTRA DE BRUTALIDAD

Las plazas de toros abundan en la zona; después de
todo, masacrar animales es el pasatiempo nacional.
   De vuelta a Trucios, se cruza un puente sobre el río para enfilar la ascensión al monte Posadero. La altimetría indica una distancia de 4,2 kilómetros a un 9,5 por ciento, con varios tramos al veinte por ciento. Por casualidad, descubrí que la primera parte de la subida --la más suave-- puede sustituirse por uno de esos sinsentidos tan del gusto de los amantes de los muros hormigonados. La alternativa consiste en una pista de cemento que trepa hasta una antena y que luego vuelve a conectar con la carretera principal.

   Esta opción ofrece una ración extra de brutalidad cicloturista, con dos rampas inhumanas de hormigón resquebrajado. Arriba las vistas son espectaculares, con bandadas de buitres surcando el cielo y escarpadas montañas rodeando el collado en el que acaba el cemento. Sin embargo, a esas alturas de la etapa uno no tiene el cuerpo para muchos entusiasmos paisajísticos, así que la parada en este punto suele limitarse a engullir una barrita de cereales del Eroski y a echar un trago de Isostar.

   La ruta termina con el Collado del Portillo, una ascensión de 3,2 kilómetros y una pendiente media del 8,6 por ciento que, como no podía ser de otra forma, incluye un bonito surtido de cuestas salvajes. La pista discurre por parajes despoblados, lo que no es óbice para que una nueva ermita con su inevitable plaza de toros surja, como de la nada, en mitad de aquellas soledades.



   
   
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viernes, 25 de octubre de 2013

La 'brecha del metal'

   Ultimates es el título de un cómic en el que el Capitán América, Iron Man y sus secuaces machacan maleantes y desguazan todo aquello que se les pone a tiro. Es una especie de revisión adulta de Los Vengadoresque actualiza historias y modelitos, como la arcaica armadura del Hombre de Hierro, sustituida aquí por una especie de nave espacial antropomórfica. Pero Ultimate es también el nombre de la bicicleta que aspira a desbancar a la BH como montura del insigne Pepe Bellaco, es decir, del responsable intelectual de esta cosa que está usted leyendo.

La armadura del nuevo 'Iron Man' dista mucho
de la hojalata que lucía en los 80 (elreservado.es). 
   Hablo de la Canyon Ultimate CF SL, una máquina de carbono que me permitiría superar la brecha del metal que me mantiene anclado en el obsoleto aluminio de mi BH Zaphire. En las últimas semanas, la web de la marca alemana se ha hecho un hueco en el apartado de páginas favoritas de mi ordenador, junto a otras direcciones de contenido un tanto comprometedor, sobre las que no hace al caso ofrecer más detalles.

INSONDABLE ENIGMA

   Los componentes, colores, tallas... Ningún detalle de la bici escapa a mi escrutinio. Incluso el capítulo dedicado a la geometría del cuadro, ese insondable enigma de ángulos y distancias al que nunca antes había prestado atención alguna, empieza ahora a revelar su significado, fruto de las consultas y comparaciones con otros modelos. Ya solo queda elegir la versión, pues hay cinco diferentes con un rango de precios que va desde los 1.600 a los 2.800 euros.

   "¿Cómor? ¿Pero qué me estás contando? ¿No era éste un blog sobre cicloturismo precario; y su autor, un triste mileurista hipotecado? ¿Será posible que tan mísero personaje pueda permitirse tales lujos? ¿Acaso este Pepe Bellaco no será más que un vil impostor que disimula su opulencia bajo un barniz de falsa penuria?" Todo esto y mucho más podría preguntarse el lector de estas líneas, sin duda desconcertado por el giro que parece haber tomado la trayectoria de su autor.
Las ansias reprimidas dan lugar a
fantasías y ensoñaciones (Canyon.com).

   Pero no ha lugar a las dudas o suspicacias; en el fondo, bien sé que todo esto no pasa de ser una ensoñación, un capricho pasajero producto de un consumismo insatisfecho, que pronto se desvanecerá dando paso a un nuevo objeto de deseo. Como antes lo fue la Specialized Roubaix, hoy es la Canyon Ultimate, y mañana será una Cannondale o una Trek. Después de todo, son muchas las tentaciones que acechan al globero, y mucho es también el tiempo que uno pierde en su improductivo deambular por las webs sobre bicicletas.

   Nada cambiará, por tanto, en la precaria existencia cicloturista de Pepe Bellaco, que cual Iron Man caduco con su antigua armadura de acero y remaches, seguirá surcando las carreteras con su BH, siempre de este lado de la brecha del metal.
 

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martes, 15 de octubre de 2013

Del escaqueo al Pirineo. Irati Xtrem 2013

   La pereza ha hecho presa en mí y cualquier excusa es buena para escaquearse. El trabajo, la gripe, la lluvia... Lo mismo da, con tal de justificarse por languidecer en el sofá, a base de Mahou y programas de coches o de subastas, mientras la BH duerme el sueño de los justos en un rincón olvidado. Si acaso, tres o cuatro sesiones de rodillo a la semana sirven para aliviar la conciencia, al tiempo que ayudan a mantener a raya la temida barriga cervecera, enemigo implacable del globero.

La tarde se pasa volando bebiendo Mahou y viendo coches
de gran cilindrada en el Discovery Channel. (dsc.discovery.com)
   En estos momentos de apatía, uno echa la vista atrás y recuerda sus hitos cicloturistas de los últimos meses. Entre estas gestas, destaca mi triunfante participación en la Irati Xtrem, una prueba de 128 kilómetros de distancia y 3.600 metros de desnivel acumulado. 

    Como uno no está como para competir, me había presentado a la cita con el único reto de mejorar mi marca de la edición de 2012. La marcha, a Dios gracias, transcurrió sin incidentes; no como el año anterior, cuando tuve que acabar el recorrido con los platos atados entre sí con unas bridas de plástico. Aquello fue de no creer --los tornillos de los platos se soltaron en un descenso y se perdieron--, y me vi obligado a forzar la máquina subiendo a Errozate para que no me cerraran el control.

   En esta ocasión, sin sustos ni chapuzas de por medio, pude afrontar la subida a Errozate --diez kilómetros y 9,6 por ciento de pendiente media-- con más tranquilidad. Sin embargo, no parece que esto me sirviera de gran cosa, puesto que en la parte final de la prueba, justo en la ascensión previa al definitivo puerto de Larrau, el asunto empezó a ponerse mal. Las piernas no iban como tenían que ir, y apenas podía seguir el ritmo de cicloturistas que, aparentemente, eran incluso más paquetes que yo

CUAL PERRO AGONIZANTE

   ¡Pues estábamos buenos! Por aquella vertiente, Bagargi no es más que un puertillo de seis kilómetros y una pendiente media que no debe llegar al cinco por ciento. Si en semejante tachuela estaba penando cual perro agonizante, ¿qué podía esperarse de mí en la cronoescalada final al imponente Larrau? Negros nubarrones se cernían sobre mi rendimiento en aquellos 15 kilómetros finales de subida, de los que siete superaban el diez por ciento de pendiente media.

   Tras ingerir un sobre de gel y meterme al cuerpo una colección de barritas energéticas, inicie el descenso del Bagargi con el convencimiento de que mejorar mi tiempo del año anterior iba a resultar casi imposible. Bastante iba a tener con mantener la compostura durante la subida y con poner buena cara a los fotógrafos que se apostaban en las cunetas.
El diploma revela, con alguna que otra errata,
la identidad secreta de Pepe Bellaco.

   Afronté la ascensión al Larrau ligero de desarrollo y tratando de aguantar a un ritmo medio decente, para así mantener viva una remota esperanza de superar mi marca de 2012. En la enésima curva al once por ciento, una chica con bicicleta y atuendo de triatleta me pasó por el lado izquierdo. Mi tímida tentativa de seguir su ritmo se saldó con un fracaso rotundo, y me resigné a seguir adelante con mi parsimonioso ritmo y un desarrollo de 30x25.

   Finalmente, las ruedas de mi bicicleta pasaron por encima de la alfombrilla instalada en la cumbre para registrar los tiempos. Un rápido descenso y unos kilómetros de llano más, y ya me encontraba de vuelta en Ochagavía (Navarra). Crucé la meta en solitario y me tomé una cerveza en un bar.

   Un par de días después, consulté los tiempos por internet. Una hora, cuatro minutos y seis segundos; eso es lo que había tardado en subir el Larrau. No era ninguna maravilla, pero contra todo pronóstico, había mejorado en más de diez minutos mi marca del año anterior. Vamos, que con un par de retoques en la BH y con unos suplementos energéticos del amigo Eufemiano, hay suficiente margen de mejora como para dar la campanada en la próxima temporada cicloturista.
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miércoles, 2 de octubre de 2013

Veraneo 'low-cost'. Tras la masacre altimétrica

   Aquella semana de veraneo en Playa de Albir (Alicante) no dio lugar a grandes proezas ciclistas. Piscina, lata de cerveza y lectura insustancial; así pasé buena parte del tiempo en aquel rincón de la costa mediterránea. Sin embargo, aún hubo tiempo --poco-- y ganas       --escasas-- para enfrentarse a algún que otro reto 'globero' que me permitió medir mis fuerzas con tres explosivos contendientes: Bernia, Sierra Gelada y La Cruz de Benidorm.

Tirando de taquicardia y de apretar
de dientes se puede subir a sierra Gelada.
   Nada tienen que ver estas ascensiones con la masacre altimétrica a la que me había sometido pocos días antes en tierras cantabro-asturianas, mas tampoco son como para andarse con tonterías. Así lo pude comprobar en las tres salidas en las que, superando la pereza y el sopor, logré reunir la moral suficiente como para echar mano de la BH que me había llevado en el Megane y salir a rodar entre guiris, pistas de tenis e invernaderos.

   En la primera de aquellas jornadas cicloturistas me di de bruces contra el muro de Sierra Gelada, una fulminante ascensión de casi cuatro kilómetros y más del diez por ciento de pendiente media. Para variar, no había prestado demasiada atención a los detalles que se esconden en toda altimetría que se precie, de forma que las rampas de más del 30 por ciento que se encuentran a mitad de recorrido me cogieron con sorpresa. Maldiciéndome a mí mismo por mi reincidente desidia, superé aquel calvario con más pena que gloria, pero sin echar pie a tierra.

LA SUPER NINTENDO, EN JUEGO

  Un par de días después llegó el momento de plantar cara a Bernia, que con más de cinco kilómetros y casi un doce por ciento de pendiente media puede amargarte el día a poco que te hayas descuidado en el desayuno. Pero como me había metido entre pecho y espalda un paquete entero de minigalletas con virutas de chocolate --una imitación de las Chips Ahoy en versión Mercadona--, salí bien parado del envite.

   Por cierto, una vez llegado a las casas que parecen ser el final de la ascensión, hay una pista que sigue varios cientos de metros más entre unos frutales. La pista no figura en la altimetría que consulté, pero es lo más duro de toda la subida; me juego mi Super Nintendo a que hay tramos por encima del 30 por ciento.

¿Ecosistema? ¿Eso qué e´lo que e´? En España somos asín;
plantamos una torre de viviendas donde nos viene en gana. 
   El anteúltimo día de mi estancia en aquella semanita de turismo de apartamento y supermercado me dio por volver a subir a Sierra Gelada; no sé, debió ser para experimentar de nuevo las agradables sensaciones que proporciona derrengarse sin que venga al caso, subiendo por un camino de cabras que no lleva sino a unas antenas. "Tiene muy buenas vistas", dirá la gente; sí, aunque dada mi escasa sensibilidad estética, no presté demasiada atención al panorama que se oteaba desde allí arriba.

   Quemando zapatas y volviendo a pasar un mal rato en el descenso, regresé a la carretera principal y puse rumbo a Benidorm. Debí andar más despierto que de costumbre, porque entre los rascacielos y el batiburrillo de cruces, encontré la subida a la Cruz --dos kilómetros al nueve por ciento-- casi a la primera. Subí, observe las maravillas a las que ha dado lugar el ingenio ibérico y la fiebre inmobiliaria, y regresé al apartamento. Así transcurrió mi semana de veraneo low-cost; el último estertor de unas vacaciones cuyo recuerdo se desvanece ya entre sesiones de rodillo, ruedas de prensa y esporádicas salidas en la BH.
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martes, 24 de septiembre de 2013

Disparate en el 'Cuitu'. Cantabria-Asturias 2013 (III)

   Cuitu Negru, Gamoniteiru y pa´casa; eso es lo que me tenía reservado aquella tercera y ultima etapa de mi escapada cantabro-asturiana. Me levanté, desayuné y me dirigí al trastero del hostal para coger la bici. La puerta estaba cerrada, pero al accionar el picaporte con fuerza, sonó como un crujido y acabó por abrirse. El careto de la encargada no tardó ni un minuto en aparecer por la rendija de una puerta lateral que daba a aquella habitación. Un torrente de reproches salió entonces de su boca. Que si había forzado el picaporte, que a ver qué me creía, que cómo podía ser aquello... Yo, la verdad, no creí que hubiera sido para tanto, porque me había limitado a hacer un poco de fuerza y la puerta no había sufrido desperfecto alguno. Además, ya estaba cansado de sus impertinencias. Cabreado, aunque logrando mantener la compostura, le contesté que me dejara en paz, cogí la BH y salí de aquel antro de una estrella y 25 euros la noche.

Las cubiertas reblandecidas son fáciles de montar,
otra cosa es que te rompas la crisma en una bajada.
   Ya en la calle, ¡el segundo mazazo!; la rueda delantera estaba pinchada. "Tampoco es para tanto", pensara alguno. Pues si que lo era; con las cubiertas Specialized All Condition Armadillo que llevaba, un simple cambio de cámara podía convertirse en una tarea de lo más penosa. Estas cubiertas, teóricamente las más robustas del mercado, son más duras que un Tour sin EPO; y volver a montarlas requiere de una fuerza y destreza de las que quien esto escribe no anda muy sobrado. Pero para mi sorpresa, la reparación no me llevó más de diez minutos. Es lo que tiene apurar los neumáticos hasta que están en las últimas: puedes desgraciarte en cualquier momento por la falta de agarre, sí; pero con la goma reblandecida y desgastada, instalar la cubierta en la llanta está al alcance del globero más torpe.

   Sobre el sillín de mi BH, puse rumbo al Puerto de Pajares, una ascensión de cerca de 20 kilómetros, pendiente media del 4,7 por ciento y que, nada más coronarla, da paso a la pista de 2,8 kilómetros al 13,3 por ciento que sube hasta el Cuitu Negru. La subida a Pajares es bastante sencilla, salvo que --como es el caso-- seas un desastre y no hayas observado con detenimiento la altimetria. En efecto, en mi negligente análisis del gráfico de la ascensión, no había reparado en que, pese a la escasa pendiente media del puerto, había algunas rampas duras, que en determinados momentos llegaban al 17 por ciento de desnivel. Así que, confiado en mi fortaleza y en la poca entidad del puerto, me pasé de listo y, una vez más, empecé a abusar de desarrollo. No tardaría, sin embargo, en caer en la cuenta de que, o bajaba el pistón, o iba a quedar  fundido antes incluso de llegar al inicio del 'Cuitu'.

REPTANDO VOY

   Llegué así a la estación invernal de Valgrande-Pajares, de la que parte la pista hasta el Cuitu Negru, un remonte para esquiadores situado a 1.850 metros de altitud. Esta parte final de la subida tiene su gracia, con varias rampas por encima del 20 por ciento que pueden hundirte en la miseria si no te la tomas con calma. Pero antes de empezar a reptar por semejante muro, cuando rodeaba los edificios de la estación de esquí para enfilar la pista hacia el 'Cuitu', cometí un auténtico disparate: me puse a mear sin bajarme de la bicicleta.

   A la escasa velocidad que iba, y dada mi incapacidad para realizar dos actividades simultáneas, pasó lo que tenía que pasar. Había calculado mal, muy mal, como así lo atestiguaba el reguero que caía por mi pierna derecha y el rastro amarillento que había quedado en mi calcetín Spyuk. ¿Qué me llevó a cometer tal desatino? ¿Por qué incurrir en semejante bajeza? Pues por qué iba a ser, porque uno no parece tener muchas luces y, en mi absurda --lo reconozco-- concepción del cicloturismo, eso de subir un puerto sin haberlo hecho del tirón no es una opción. En definitiva, que si me paraba para mear, mi conciencia no me iba a dejar tranquilo hasta volver a subir aquel puertaco de una sentada. Hay que ser imbécil, ya lo sé.

Ni la incontinencia urinaria ni los problemas
mecánicos impidieron mi triunfal escalada al 'Cuitu'.
   Los casi tres kilómetros de la escalada al Cuitu Negru los superé sin demasiados problemas. Sin demasiados, digo, porque durante varios centenares de metros tuve que lidiar con un inoportuno desajuste del freno trasero, que --sabe Dios por qué razón-- empezó a rozar la llanta justo en ese momento. Afortunadamente, logré solventar el problema sin necesidad de descabalgar; con la mano izquierda accioné la ruedecilla del pivote del freno y, tras varios giros y contragiros, la zapata dejó de tocar la llanta.

   Bajar, unos pocos kilómetros de llano y vuelta a estrujarse sobre la BH para ascender al Gamoniteiru. Son 15 kilómetros con un desnivel medio del 9,7 por ciento; otra mala bestia altimétrica de esas que tanto abundan por la comarca. El plan era subir tranquilo para disfrutar del paisaje y no acabar demasiado hecho polvo, porque nada más terminar me esperaban más de cuatro horas de viaje hasta mi morada, en Vitoria. Pero las cosas no iban a resultar tan fáciles, y justo en el desvío que empalma con la parte final de la ascensión, me tope con otros dos cicloturistas. Habían subido por la vertiente contraria, desde el lado de Quiros, mientras que yo venía de Pola. Sin embargo, ambos lados de la ascensión confluyen en el último tramo, una pista de hormigón de seis kilómetros que conecta el Puerto de la Cobertoria con el repetidor de telecomunicaciones del Gamoniteiru.

INSENSATA COMPETICIÓN

   Como no podía ser de otra forma, nos embarcamos en una estúpida competición, y uno de aquellos chavales empezó a tirar hasta que nos sacó unos cuantos metros de ventaja a su compañero y a mí. Indignado por tamaña osadía, empecé a forzar la máquina, pese a que mi estado físico no era para tirar cohetes. El ciclista que iba a mi rueda se quedó atrás, pero seguía sin recortar un triste metro al que iba por delante. El verde de su maillot del Caja Rural seguía allí, a unos cien metros de distancia, pero no había forma de acercarse a él. "¿Sería un profesional?" Traté de engañarme, aunque sus rechonchas pantorrillas y su bicicleta de gama media delataban al globero que había en él. Al final, me superó por pocos segundos en aquella insensata cronoescalada.

Un globero de gruesas pantorrillas me dio
 pa´l pelo
camino al Gamoniteiru.
   Derrengados junto a las antenas que hay en el alto, empezamos a charlar y no dudé en aprovechar la ocasión para justificarme miserablemente por no haber podido seguir su rueda. Es lamentable, sí;  pero sin que viniera muy a cuento le conté que acababa de subir al Cuitu Negru y que el día anterior me había pegado un festival de cinco puertos y más de 4.000 metros de desnivel. Me quedé muy satisfecho, la verdad, cuando mi contrincante y su compañero, que llegó poco después, me reconocieron que aquella era su única ascensión de la jornada. Simples aficionados; estaba claro que no estaban a mi altura.

   Volví por donde había venido, consiguiendo no romperme la crisma en el descenso por la estrecha y empinada pista del Gamoniteiru. Antes de entrar en las calles de Pola, me detuve frente a una fuente para lavarme un poco. El sudor de la cara y el resto del cuerpo se fue con facilidad con el agua del grifo; aunque aquel lamparón amarillento seguía presente en el calcetín de mi pie derecho, como un mortificante recordatorio de mi estupidez.
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sábado, 14 de septiembre de 2013

Angliru y grasas 'trans'. Cantabria-Asturias 2013 (II)

   Tras los despistes y confusiones de rigor con el GPS, que me supusieron varias idas y venidas por las circunvalaciones de la A-66, llegué por fin a Pola de Lena. Por delante, dos jornadas de desmesura cicloturista, con una colección de monstruos altimétricos acechando en cada recodo de la carretera.

   La encargada del hostalucho en el que había reservado habitación me recibió con forzada cordialidad, aunque la hosquedad latente que se adivinaba en ella no tardaría mucho en salir a la superficie. ¡Menuda asquerosa, la tipa esa! Con ella, todo eran problemas, malas caras y palabras agrias. Pero bueno, no sé qué me esperaba por 25 euros la noche.
Haciendo el cutre y cocinando en la habitación del hotel
te ahorras tus buenos eurillos. (mercadona.es)

   Una vez me hube duchado en la habitación --bastante presentable, por cierto, dadas las circunstancias-- regresé al coche para ir a comprar provisiones al super. El programa del día siguiente era complicadillo, con cerca de 6.000 metros de desnivel positivo acumulado y varios puertacos interponiéndose en mi camino, así que no había más remedio que inflarse a espaguetis precocinados. 

   La cosa --es triste reconocerlo-- no estaba como para gastarse diez euros en un menú del día, de forma que me había llevado el hornillo ultraligero de gas para cocinar en la habitación del hotel. A esas alturas, ya había comprobado cómo se las gastaba la posadera lenense, y era consciente de que si aquella mala pécora  me pillaba, estaba listo. Sin embargo, la perspectiva de engrosar las cuentas de la hostelería local a costa de mis bolsillos de mileurista  resultaba aún más inquietante. No, más valía arriesgarse a tener un altercado con la encargada del hostal, que aflojar 50 euros por dos días de comidas y cenas en alguna sidrería del pueblo.

MAHOU VS. VOLL DAMM

   Un rato después, con los suministros a buen recaudo en la habitación, salí a dar una vuelta por las calles de Pola de Lena. Al igual que en mi visita del año pasado, no pude dejar de percibir la decadencia de aquel rincón de las Cuencas Mineras asturianas: casas desconchadas, solares invadidos de maleza, tiendas cerradas... Aunque bien pensado, ese es el panorama que parece extenderse poco a poco por todos los rincones de este país, que pena da de solo mirarlo.  

   Me senté en una terraza y pedí una Mahou. No tenían de la verde y me sirvieron la roja, que es un poco más fuerte; pero qué se le va a hacer. Después de todo, no hacía tantos años que me había dedicado al trasiego intensivo de Voll Damms en las turbias noches de mi Bizkaia natal, y con los 7,2 grados y la doble dosis de malta que tiene ese bebedizo, eso sí que son palabras mayores. Pese a mis temores, el botellín me salió solo por 1,8 euros.

   Mientras bebía, repasé la ruta que me esperaba al día siguiente. Como uno es un matao en cuestión de mapas y planificaciones de este tipo, había optado por plagiar casi en su integridad una ruta que se había marcado el amigo Marce Montero en su web de altimetrias. El plan era el siguiente: Cordal, Angliru, Dosango, Cruz de Linares, Bandujo, Capilla de Alba y Cobertoria. Unos 6.000 metros de desnivel en apenas 120-130 kilómetros. Es lo que tiene Pola de Lena: está en pleno centro de un infierno de carreteras imposibles, que trepan por las escarpadas laderas de las montañas cantábricas. 

Si no tienes nada mejor que hacer en la vida,
puedes matar el tiempo subiendo el Angliru.
   No sé, la verdad, por qué las instituciones de la zona no le dan un poco más de cancha a estas ascensiones; porque al margen del Angliru --en el que no se ha reparado en gastos y casi cada 250 metros hay un cartelillo-- en el resto de los puertos que encontré por allí no hay ni una triste señal para cicloturistas. Es lamentable, porque se trata de subidas que nada tienen que envidiar a las de la vertiente francesa de los Pirineos, donde los paneles con información para ciclistas proliferan en las cunetas de cada ascensión.

VOCEANDO EN PLENA NOCHE

   La noche transcurrió sin incidentes, salvo por las voces que pegaba algún vecino del hostal, y al día siguiente me levanté a primera hora para empezar a pelearme con el asfalto cuanto antes. Desconozco por qué extraña razón, ya en el primer puerto del día, El Cordal, me emocioné y empecé a abusar de desarrollo. Se trata, ésta, de una subida corta, pero bastante dura desde la vertiente de Pola; con más de cinco kilómetros de longitud y una pendiente media del nueve por ciento.

   Ese temerario alarde de poderío, afortunadamente, no me pasó factura en el Angliru, cuyas rampas superé con cierta dignidad y creo que en bastante menos tiempo que en el año anterior. El puerto este, como todo hijo de vecino conoce a estas alturas, es una mala bestia de 12,6 kilómetros, un desnivel medio del diez por ciento y brutales tramos por encima del veinte por ciento.

   Tampoco tuve demasiados problemas en la ascensión a Dosango, que desde el lado de Santa Eulalia apenas presenta una pendiente media del cuatro por ciento en sus doce kilómetros de longitud. Pero las tornas cambiaron en la Cruz de Linares, en cuya rugosa carretera empecé a notar los inconfundibles síntomas del agotamiento. Malamente, llegué a la cumbre entre la niebla, que de forma intermitente me acompañó durante buena parte de aquella jornada de agosto. No es para andarse con bromas la subida esta, de algo más de siete kilómetros y una pendiente media del nueve por ciento.

A RECORTAR TOCAN
La bollería industrial, digan lo que digan, es la
mejor compañera para el deportista. (dulcesol.es) 

   Ya en la bajada, me di cuenta de que eso de subir a Bandujo, mejor lo dejábamos para otro día. Solo unos kilómetros después, en uno de los escasos tramos llanos de la etapa, se hizo evidente que iba a tener que continuar con los recortes. Al igual que a cada hachazo que nos pega el buen Mariano le sigue otro y otro más, yo no iba a tener más remedio que seguir también con mi particular agenda reformista. Tocaba, pues, modificar una vez más mis previsiones y cargarse también la ascensión a la ermita de Alba. Y la Cobertoria no me la quitada de en medio porque no tenía más remedio que subir por allí para regresar a Pola.

Tras el repostaje a base de chuches, La Cobertoria no fue rival .
  
   Como las barritas de cereales del Eroski se habían mostrado insuficientes para devolver el brío perdido a las piernas de este globero, paré en la tienda de un pueblo y compré una caña de chocolate, de esas que están rellenas de una supuesta crema pastelera. Nunca 90 céntimos estuvieron mejor invertidos; las grasas trans y los azucares de aquella bomba calórica lograron reactivar mis maltrechos músculos de forma milagrosa. La ascensión a La Cobertoria --diez kilómetros al siete por ciento desde el lado de Quirós-- fue así menos penosa de lo esperado.

   Al final, según marca la pirateada aplicación que tengo instalada en mi móvil chino, aquella primera etapa por tierras lenenses se saldó con 110 kilómetros y 4.390 metros de desnivel positivo.  No es lo que había previsto, pero por lo menos logré llegar con bien al hostal tras el pajarón que me había acometido en plena faena. En la recepción, cómo no, me esperaba la encargada, con su mirada hosca y sus malas maneras.




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sábado, 7 de septiembre de 2013

Bestialidad altimétrica en Bejes. Cantabria-Asturias 2013 (I)

   El Salto de la Cabra. Aquel sugerente nombre rondaba por mi cabeza desde hacia demasiados meses; así que no era cuestión de seguir demorando lo inevitable. La contienda se preveía encarnizada. A un lado, el coloso cántabro de diez kilómetros, desnivel medio del 9,9 por ciento y largos tramos de hormigón; al otro, Pepe Bellaco --o sea, yo mismo-- y una BH Zaphire de aluminio, con un plato pequeño de 30 dientes y una corona grande de 25, como vehículo de combate.

   Semejante desafío, no obstante, no era sino el prólogo de la incursión que tenía previsto realizar en las dos jornadas siguientes por tierras asturianas, con el Angliru, Cuitu Negru, Gamoniteiru y otros agradables paseos verticales como destino.

La BH posa orgullosa en el Salto de la Cabra, tras hacer
morder el polvo a dos bicicletas de montaña de gama alta.
    Tras aparcar el Megane en el pueblo de La Hermida, donde comienza la ascensión al Salto de la Cabra, monté en la flaca y enfilé la empinada rampa inicial del puerto en aquella calurosa mañana de agosto. Como era de prever, el entumecimiento de las piernas por las tres horas de viaje en coche, y la negligente decisión de empezar la ascensión sin calentamiento previo de ningún tipo, se tradujeron en un lamentable rendimiento en los primeros kilómetros. 

   Afortunadamente, la cosa fue mejorando poco a poco y, con las piernas funcionando ya como Dios manda, me permití el lujo de adelantar a dos chavales que iban en bicicleta de montaña en la parte final del puerto. Poco dura, sin embargo, la alegría en la casa del globero, pues la encerrona que me esperaba poco después iba devolverme a la realidad de forma tan brusca como despiadada.

   Efectivamente; bajaba yo muy ufano de vuelta a La Hermida tras mi hazaña cicloturista, cuando me topé con una pista que salía a la derecha, en la que no había reparado durante la ascensión. ¿Sería aquella una nueva y espectacular escalada? ¿O moriría la pista de asfalto, como tantas otras veces, un poco más adelante, frente a una chabola custodiada por una jauría de perros? No había más remedio, tenía que adentrarme por aquel camino para descubrirlo, o luego el arrepentimiento me perseguiría noche y día. 

Coger un desvío erróneo puede llevarte a la ruina
--y al desmembramiento--.( imagen: 2.bp.blogspot.com)
   ¡En mala hora tomé aquel desvío fatal! Como en esa entrega de la saga Wrong Turn, en la que una moza se ve abocada a todo tipo de tormentos tras coger una bifurcación errónea en la carretera, aquel giro a la derecha iba a deparme dolor y sufrimiento. Uno tras otro, los muros con desniveles cercanos o superiores al 30 por ciento empezaron a sucederse, en una demencial ascensión hacia ninguna parte. La agonía era  insoportable y cada metro se convertía en un calvario, sin que existiesen visos de que aquel infierno fuera a darme un respiro. La cosa se estaba poniendo muy mal, y para mi sorpresa y frustración, iba tomando forma la inminencia de mi derrota. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Cómo podía aquel infame sendero hormigonado derrotar a quien había triunfado en Anglirus, Larraus, Arimegortas o Beillurtis?

LA DEBACLE

   La debacle me sobrevino en el peor momento posible; justo cuando un grupo de turistas extranjeros aparecía por aquel desierto rincón de los Picos de Europa. Reventado y con la certeza de que si demoraba más la retirada no tendría fuerzas ni para sacar la cala del pedal, me detuve y a duras penas logre bajarme de la bici en mitad de la enésima rampa al 30 por ciento. Los guiris me saludaron y siguieron su camino, y yo tuve que tragarme el orgullo y empujar mi BH hasta encontrar un tramo con menos pendiente en el que poder montarme de nuevo. 

El idílico pueblo de Bejes oculta un infierno
 hormigonado que aniquila a quien ose desafiarlo.
   Días después descubrí que donde fracasó Pepe Bellaco, gentes más vigorosas habían triunfado. Tan envidiables ciclistas, además, habían medido la ascensión gracias a un instrumental, a una pericia y a una paciencia de las que quien esto esto escribe carece. Esta bestialidad altimétrica, situada a la altura del pueblo de Bejes, ha sido acertadamente bautizada como Collado Pelea

   En realidad, desde el desvío por el que me interné apenas hay un kilómetro y medio de pista cementada, aunque el desnivel medio supera el 18 por ciento, con largos tramos por encima del 30 por ciento. Además, --¡ojo!, excusa inminente-- hay partes en las que el hormigón está roto y hay mucha piedra suelta. Si se tiene en cuenta la parte inicial de la subida, la que comienza en La Hermida y que es la misma que la del Salto de la Cabra, este Collado Pelea tiene 6,8 kilómetros con un desnivel medio del 10,6 por ciento. Es probable que mi  BH y yo volvamos por allí para buscar la revancha, aunque nos descalabremos en el intento.

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