La tarde se pasa volando bebiendo Mahou y viendo coches de gran cilindrada en el Discovery Channel. (dsc.discovery.com) |
Como uno no está como para competir, me había presentado a la cita con el único reto de mejorar mi marca de la edición de 2012. La marcha, a Dios gracias, transcurrió sin incidentes; no como el año anterior, cuando tuve que acabar el recorrido con los platos atados entre sí con unas bridas de plástico. Aquello fue de no creer --los tornillos de los platos se soltaron en un descenso y se perdieron--, y me vi obligado a forzar la máquina subiendo a Errozate para que no me cerraran el control.
En esta ocasión, sin sustos ni chapuzas de por medio, pude afrontar la subida a Errozate --diez kilómetros y 9,6 por ciento de pendiente media-- con más tranquilidad. Sin embargo, no parece que esto me sirviera de gran cosa, puesto que en la parte final de la prueba, justo en la ascensión previa al definitivo puerto de Larrau, el asunto empezó a ponerse mal. Las piernas no iban como tenían que ir, y apenas podía seguir el ritmo de cicloturistas que, aparentemente, eran incluso más paquetes que yo.
CUAL PERRO AGONIZANTE
¡Pues estábamos buenos! Por aquella vertiente, Bagargi no es más que un puertillo de seis kilómetros y una pendiente media que no debe llegar al cinco por ciento. Si en semejante tachuela estaba penando cual perro agonizante, ¿qué podía esperarse de mí en la cronoescalada final al imponente Larrau? Negros nubarrones se cernían sobre mi rendimiento en aquellos 15 kilómetros finales de subida, de los que siete superaban el diez por ciento de pendiente media.
Tras ingerir un sobre de gel y meterme al cuerpo una colección de barritas energéticas, inicie el descenso del Bagargi con el convencimiento de que mejorar mi tiempo del año anterior iba a resultar casi imposible. Bastante iba a tener con mantener la compostura durante la subida y con poner buena cara a los fotógrafos que se apostaban en las cunetas.
El diploma revela, con alguna que otra errata, la identidad secreta de Pepe Bellaco. |
Afronté la ascensión al Larrau ligero de desarrollo y tratando de aguantar a un ritmo medio decente, para así mantener viva una remota esperanza de superar mi marca de 2012. En la enésima curva al once por ciento, una chica con bicicleta y atuendo de triatleta me pasó por el lado izquierdo. Mi tímida tentativa de seguir su ritmo se saldó con un fracaso rotundo, y me resigné a seguir adelante con mi parsimonioso ritmo y un desarrollo de 30x25.
Finalmente, las ruedas de mi bicicleta pasaron por encima de la alfombrilla instalada en la cumbre para registrar los tiempos. Un rápido descenso y unos kilómetros de llano más, y ya me encontraba de vuelta en Ochagavía (Navarra). Crucé la meta en solitario y me tomé una cerveza en un bar.
Un par de días después, consulté los tiempos por internet. Una hora, cuatro minutos y seis segundos; eso es lo que había tardado en subir el Larrau. No era ninguna maravilla, pero contra todo pronóstico, había mejorado en más de diez minutos mi marca del año anterior. Vamos, que con un par de retoques en la BH y con unos suplementos energéticos del amigo Eufemiano, hay suficiente margen de mejora como para dar la campanada en la próxima temporada cicloturista.
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