Incapaz de mantener el pico de forma
más allá de unas pocas
semanas, me he vuelto a dejar llevar por mi inclinación natural
hacia la flojera. Es el enemigo que llevo dentro, una sombra que
siempre acecha. Ni en los días de gloria
de Anglirus y Arimegortas. Ni en las rachas triunfales de rodillo.
Nunca desaparece del todo; es la tentación que no cesa.
Cómic de Blueberry, manta y Cola Cao con galletas. ¿Para qué levantarse de la cama a hacer el indio? (imagen: Dargaud) |
La
vagancia me persigue implacable; y por más que corra, por más que me entrene, sé que más pronto o más tarde me ha de alcanzar. Puedo
tratar de engañarme. Jugar a ser deportista. Buscar motivación en
gestas ajenas. Pero uno es lo que es; y lamentablemente yo llevo
escrito en los genes el gusto por la pasividad.
No es
que esta querencia al sofá, la lata de cerveza y los docurealitys
de televisión me
inhabilite de forma absoluta para darle al pedal y defenderme con
cierto decoro sobre la BH. De hecho, y amparado en el anonimato de
este blog marginal, me atreveré a decir que --a escala
globera-- me tengo por
un escalador bastante
decentillo.
Lo que
ocurre es que, a diferencia del cicloturista tipo –o por lo menos,
de la idea que me hago yo del mismo-- , para mí la bicicleta no es
una necesidad natural. Me lo paso bien y tal; pero para ser franco,
he de reconocer que la mayor parte de las veces, preferiría quedarme
en la cama leyendo un tebeo de Blueberry, que levantarme a las siete de la mañana
a pasar frío y hacer el indio subiendo cuestas de cabras.
¿Y
por qué coño lo hago, entonces? ¿Acaso será fruto de un
masoquismo reprimido? ¿Y si en realidad soy un ultrafondista en
potencia y mis capacidades están aún por explotar? ¿O simplemente
será que soy tonto del culo?
Podría
reflexionar y pensar profundamente en ello; rebuscar en lo más hondo
de mi alma tratando de discernir la verdad. ¿Pero para qué? Eso no
va a cambiar la triste realidad de una mediocre temporada
cicloturista y de la falta de expectativas para los próximos meses.
Tal y como están las cosas, igual voy a lo fácil y me compro una
bici nueva. Seguro que una inyección de euforia consumista vendría
bien a mi alicaído espíritu. Aunque, ¿no entraría esto en
contradicción con la filosofía precaria
de mi existencia globera? Pues no sé.