sábado, 30 de agosto de 2014

Volata y nueva Pedalier. 'Postureo' pseudointelectual

"Es una suerte de evento vivencial en el que muchos actores sociales están implicados". "Todo fluye armónicamente ordenado". "Es una metáfora de textos reposados". "Habla de un amor, el de Deolinda Correa y su esposo Baudillo Bustos"... Sin palabras me quedo al leer algunos de los contenidos de Volata y la nueva Pedalier, o al repasar lo que sobre ellas se dice en determinados ámbitos. Digo esto porque se supone que se trata de dos revistas de ciclismo/cicloturismo, aunque dado el cariz de los --escasos-- textos que he podido ojear antes de huir espantado, parece que nos encontramos ante un extraño cruce entre el Marca y Jot Down, esa cultural magazine tan molona y no apta para garrulos como el que escribe.
La nueva Pedalier nos relata los amores
de Deolinda. ¿En serio? Pues sí, en serio.

Un infumable ejercicio de pedantería; eso es lo que me parecen estas dos revistas. Me permito la licencia de decir esto sin haberlas leído a fondo, algo que no tengo intención alguna de hacer porque para eso tendría que comprarlas. Y como ambas tienen un precio a la altura de sus ambiciosas pretensiones --por la nueva Pedalier te cascan 6.95 euros, y para que te envíen la Volata a casa hay que aflojar diez--, pues no seré yo el que pase por caja. Lo que sí he hecho es ojear la Pedalier en el quiosco --que conste que con el permiso del tendero-- y leer los textos incluidos en su web. En el caso de Volata, me he tenido que conformar con los contenidos incluidos en su página de internet, porque de momento sólo está disponible en puntos de venta de unas pocas ciudades.

CRÍTICA SIN RIGOR

Pero como esto no es más que un cutre blog de cicloturismo, no creo hallarme sujeto a las exigencias de rigor y exhaustividad inherentes a toda crítica periodística. Es por eso por lo que me considero en el derecho a expresar mi opinión a partir del limitado conocimiento que sobre estas revistas me han proporcionado los mencionados métodos de acercamiento a sus contenidos.
Volata nos habla de "eventos
vivenciales" y de cosas en ese plan.

En serio lo digo, creo que no hay por dónde coger algunos de los artículos de estas revistas. En ellos, la bicicleta, el cicloturismo o el ciclista no aparecen por ninguna parte, salvo en alguna foto efectista o como mera excusa a partir de la cual el redactor articula sus desbarres. Todo da una impresión de intelectualismo postizo, como las disertaciones de Jorge Valdano, cuyo pose metafísico le valió el acertado calificativo de 'rapsoda' por parte de Jose María Garcia, 'El Butano'. Pero eso es todo: erudición fingida, filosofía de todo a cien; porque debajo de esa grandilocuencia, enseguida queda al descubierto que todo es de cartón-piedra. No sé, al menos eso es lo que me parece a mí.

Por si fuera poco, ambas revistas despiden también un tufillo cool o modernillo que, personalmente, me da bastante grima. Debe ser que soy un rancio, pero ¿a mí qué me importa que Igor Antón se vaya de excursión con un 'Dos Caballos'? ¿O que no sé qué ciclistas del Garmin toquen y canten el Sweet home Alabama? Me parece muy bien, pero si eso ya me compraré la Coches Clásicos o los grandes éxitos de Lynyrd Skynyrd, porque en una revista de ciclismo yo me esperaba encontrar otra cosa.

Visto lo visto, al final me quedo con la Bicisport o la antigua Pedalier, ahora rebautizada como Ziklo, que aunque tampoco son una maravilla --de hecho, ya me despaché a gusto contra ellas en un artículo anterior--, al menos te informan sobre bicicletas y altimetrías. Para chapas y postureo psudointelectual, bastante tengo ya con mis tabarras de borracho.

*Nota del autor: Si resulta que un estudio más exhaustivo de las publicaciones objeto de análisis desmiente todo lo dicho en este artículo, pues entonces olviden mis comentarios y no duden en suscribirse a Pedalier y Volata; sus editores lo agradecerán.


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sábado, 23 de agosto de 2014

Avería mortal

   Con aquella barba, la mirada hosca y su harapienta indumentaria, la facha de aquel lugareño invitaba a cualquier cosa menos a dirigirle la palabra. Allí plantado, en el umbral de la cochambrosa casona, despedía un hedor nauseabundo, y parecía sumido en un profundo estupor. El rústico individuo tenía todas las trazas de un atrapado mental, víctima quizá de los rigores de una vida de solitario alcoholismo o --quién sabe-- tal vez de una genética envenenada por generaciones y generaciones de endogamia y aislamiento.

   A la vista del simiesco personaje, no pude por menos que recelar de sus intenciones. Si algo había aprendido en mis maratones de cine gore, era que lejos de constituir un remanso de tranquilidad, el mundo rural adquiere con demasiada frecuencia tintes de bestialidad. Las enseñanzas de La Matanza de Texas, Las Colinas tienen ojos y otros joyas cinematográficas de horror rural eran claras: no te fíes de los pueblerinos, que a poco que puedan te parten la columna de un azadazo. Con tales masacres fílmicas como único referente antropológico sobre los habitantes del agro, era lógico que no las tuviera todas conmigo respecto a semejante bruto.
El mal vino y la endogamia llevan a
la degeneración y el embrutecimiento. 

   Pero eran aquellos unos tiempos difíciles, en los que el cicloturista tenía que apañarse sin cuadros de carbono ni piñones de 32 dientes. Y en esa lejana época, además de derrengarnos sobre pesadas monturas de acero    --una vieja Orbea Altube, en mi caso--, los globeros estábamos abocados a quedarnos tirados en cualquier cuneta al mínimo percance. Porque en aquella inhóspita era, sin smartphones ni GPS, uno estaba vendido en caso de avería o extravío. Sobre todo si --como era el caso-- te encontrabas en una pista perdida en mitad de la nada, entre bosques de maleza, chabolas y vertederos clandestinos. De modo que con la cadena de mi bicicleta partida, y sin herramientas con los que acometer la reparación, no me quedaba otra que superar mis miedos e implorar al aldeano.

   —Oye, no tendrá usted un teléfono para llamar a mi padre; es que se me ha jodido la bici.

   Por toda respuesta, el morador de aquel tenebroso caserío señaló con el dedo hacia el interior del inmueble, donde una bombilla colgada de un cable brillaba al fondo de un pasillo. Giré la cabeza y eché una ojeada a la Orbea, que yacía --inútil-- sobre la pista de cemento que pasaba junto al edificio. Resignado, di un paso al frente y me adentré en lo desconocido.

ESPANTOS PRIMIGENIOS

   Precedido por mi desaliñado anfitrión, avancé por el pasillo. A cada nuevo paso, la madera del suelo crujía de forma preocupante, y en más de una ocasión, tuve que rodear los agujeros que se abrían en la podrida tarima. Aquellos abismos de oscuridad, en los que apenas se adivinaba la estancia inferior de la casa, se parecían demasiado a los pozos de espantos primigenios de los relatos de Lovecraft. ¿Qué horribles horrores se escondían allá abajo? ¿No acecharían en semejante tiniebla horrendas criaturas y seres informes? Aquello, ciertamente, no parecía muy probable; aunque la realidad más prosaica podía resultar tan peligrosa o más que todas esas paparruchas literarias. Después de todo, no hacía falta de un engendro preternatural para liquidar a uno; bastaba con caerse por uno de aquellos boquetes y con ensartarse en una estaca, rastrillo o en cualquiera de esos objetos punzantes tan del gusto de todo labriego.

Hazme caso, chaval; te conviene llevar un
tronchacadenas en la bici. (reciclone.blogspot.com)
   Sorteado el último agujero del pasillo, llegamos por fin a la habitación iluminada. Se trataba de una especie de sala de estar, aunque en ella no había lugar a las comodidades propias de este tipo de estancias. Un sillón con los muelles asomando entre la tapicería y un televisor instalado sobre unas cajas de cerveza eran las únicas concesiones al confort que había allí.

   —¿Y el teléfono? —pregunté, dándome la vuelta en dirección a mi interlocutor.

   Éste tampoco se dignó contestarme en esta ocasión, y se limitó a hacer un gesto con la cabeza, apuntando hacia un rincón del cuarto. En aquel ángulo, sobre el carcomido entarimado, había una trampilla de madera. La portezuela, que apenas se elevaba unos centímetros sobre el nivel del suelo, estaba cerrada con un pestillo oxidado.

   No había que ser ninguna lumbrera ni un experto en películas de montañeses homicidas para ver que algo no marchaba bien. ¿Cómo demonios iba a haber un teléfono allí abajo? ¡Pero si lo más seguro es que en aquel sótano no hubiera más que boñigas de vaca y restos herrumbrosos de maquinaria agrícola!

SIN HILO DENTAL

   Con los sentidos en guardia, traté de escrutar el semblante de aquel hombre, en un intento de descifrar qué es lo que bullía en su ofuscada mente. Fue en vano, aquella mascara no reflejaba expresión alguna. La única información que extraje de mi examen fue que debía andar falto de cepillo e hilo dental, porque sus incisivos estaban cubiertos de costrosas placas de suciedad.

   Cual pasmarotes, permanecimos unos instantes el uno frente al otro, inmóviles y expectantes; hasta que el paleto rompió aquella tensa quietud dando un paso al frente. A apenas un palmo de distancia, el fétido aliento de su boca saturaba mis fosas nasales. El pánico hizo presa en mí... Y también la repulsión. Con el corazón desbocado bajo el maillot de poliéster, retrocedí un paso; y luego otro más. El tiempo parecía haberse ralentizado, como una cinta de video pasada en slow motion en el reproductor. Sin apartar la vista de aquel matarife, continué reculando, mientras él respondía a cada uno de mis movimientos con una nueva zancada.

EL CANON DEL BUEN PERTURBADO

   Otro paso más hacia atrás. Y fue el último; porque con un fuerte chasquido, el suelo se vino abajo allí donde acababa de poner el pie. Entre una lluvia de maderas rotas, fui a dar con mis huesos en el nivel inferior de aquel caserón. Dolorido por la caída, levanté la cabeza en dirección al boquete, que se encontraba varios metros por encima. El aldeano me estaba mirando. Unos instantes después, aquel despreciable rostro desapareció. Entonces escuché unos pasos que se dirigían hacia el otro lado de la habitación de arriba, y unos ruidos como de muebles que estaban siendo arrastrados. ¡Aquel enajenado estaba bloqueando la trampilla!

Potente y fiable, la motosierra no ha de faltar en
el arsenal de todo demente que se precie.
   Espantado, miré en todas direcciones en busca de una vía de escape. La situación era desesperada; si no hacía algo pronto, aquel salvaje no tardaría en aparecer con cualquier horrible artilugio con el que hacerme picadillo. ¿Qué sería en esta ocasión? ¿Una motosierra? ¿Una trituradora industrial? Demasiado bien sabía que estos degenerados no se limitan a dispararte un tiro en la sien o a clavarte un puñal en el corazón. Demasiado fácil, demasiado soso. No, la recua de matarifes agrarios que en los últimos años habían desfilado por los cabezales de mi VHS había dejado demasiado claro que las cosas había que hacerlas en condiciones. El canon del buen perturbado exigía colgarte en un gancho para que te desangres como un puerco, entre chillidos y chorros de hemoglobina, o seccionarte los miembros con un serrucho oxidado. Eso, como mínimo.

   Volví a mirar alrededor, tratando de descubrir una salida o algo con lo que protegerme del inminente ataque, pero la oscuridad sólo me permitía apreciar bultos de formas indeterminadas. Poco a poco, mi vista fue adaptándose a la penumbra, y empecé a distinguir, de forma difusa, las siluetas de algunos objetos. Aunque la agudeza visual nunca ha sido mi fuerte, enseguida fui capaz de identificar lo que en un principio no eran más que masas indefinidas: un manillar curvo por aquí, una pila de tubulares por allá; más lejos, un montón de cuadros; al otro lado, un revoltijo de cascos, botellines y piezas varias...

UN FAN DESENGAÑADO

   No había duda, estaba en el salón de trofeos de aquel maníaco. Sin embargo, aquella selección de reliquias resultaba desconcertante. Zeus, Orbea, BH, GAC... Allí sólo había bicicletas y componentes de bicicletas. ¿Dónde quedaban los automóviles? Porque, según la filmografía existente sobre este tipo de inadaptados, los cobertizos de esta gente suelen estar repletos de coches de turistas y furgonetas de universitarios a los que han dado pasaporte... Eran éstas, según tenía entendido, sus víctimas preferidas, y no los cicloturistas domingueros incapaces de arreglar una avería.

   Algo se me escapaba. ¿Habría juzgado mal a aquel individuo? ¿No sería un mecánico de bicis jubilado al que, llevado por mis prejuicios, había etiquetado sin motivo de carnicero homicida? Puede que así fuera, puede que todo tuviera una explicación razonable. Aunque... ¿Y si se trataba de un antiguo aficionado al ciclismo que, desengañado por la lacra del dopaje, se había propuesto acabar con todo bicicletero que se cruzara en su camino? Sí, sí; me daba a mí que iba a ser aquello; y por la antigüedad de algunos modelos allí almacenados, parecía que aquella cacería llevaba ya años en marcha. ¿A cuántos incautos globeros se había llevado por delante la demencial cruzada anticiclista de aquel desequilibrado?

   Un nuevo alboroto en el piso de arriba interrumpió mis reflexiones. El asesino debía estar revolviendo entre sus enseres, a la busca de algún instrumento adecuado con el que descuartizarme. Espoleado por una reavivada sensación de pánico, empecé a tantear las paredes de aquella estancia para buscar una escapatoria. Pero fue inútil;  aunque el resto del edificio se caía a pedazos, aquel sótano estaba reforzado con sólidas planchas de madera, y los tabiques no presentaban ningún punto débil por el que forzar una salida.

   De pronto, un haz de luz procedente de una esquina del techo penetró en la penumbra. Era la trampilla, que estaba siendo entreabierta por el detestable psicópata. Sin duda, ya habría elegido algún machete o taladro con el que martirizarme y se disponía a iniciar su faena. Unos instantes más tarde, la ominosa estampa de aquel hombre empezó a descender por la escalera situada bajo la trampilla...


SUBCONSCIENTE CRISPADO

   "Eso van a ser los campos magnéticos, Carlos, que no veas como se agarran a la rueda. En serio, Carlos, vas ahí, ahí, pedaleando y sufriendo; y no avanzas, Carlos, no avanzas. Entonces piensas: joe, si este puerto no era tan duro..."

¿Debe usted rellenar horas y horas de retransmisión y no tiene con qué?
 Llámenos, que ya nos las apañamos nosotros (rtve.es)
   Es la voz de Perico Delgado, exponiendo por enésima vez a Carlos de Andrés su teoría de los campos magnéticos. Esa en la que, mitad en broma mitad en serio, ofrece una estrambótica explicación sobre la insospechada dureza de algunas subidas. La disparatada gracieta, repetida una y mil veces en las retransmisiones del Tour y de la Vuelta, siempre me había sacado de mis casillas; y ahora, al parecer, había logrado incluso crispar a mi subconsciente, haciendo que me despertara de aquel sueño infernal.

   Quién iba a decirlo; por una vez en la vida, las sandeces de Perico habían servido para algo más que para rellenar minutos de retransmisión y dar tiempo a que Carlos de Andrés se coma el bocadillo durante las soporíferas jornadas llanas de las grandes vueltas. Al menos en esta ocasión, sus patochadas me habían salvado de las garras de aquel Freddy Krueger de pacotilla... De momento. Porque, ¿qué ocurrirá en la próxima cabezada a la que, inexorablemente, me llevará esta interminable etapa? Por si acaso, habrá que ir metiendo un tronchacadenas en la bolsa de la bici.

*Nota del autor: historia remotamente basada en hechos reales, elaborada a partir de una anécdota paterna 
exagerada a conveniencia.

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jueves, 14 de agosto de 2014

La burbuja 'retrohipster'

   Por circunstancias diversas, últimamente mi vida discurre entre salas de espera de hospital y locales de compraventa de artículos de segunda mano. Las razones de mis asiduas visitas al médico no es cuestión de relatarlas aquí, porque en los últimos meses ya he vertido demasiadas lamentaciones en este blog. Sobre mi afición a deambular por rastros y baratillos también he hablado en alguna ocasión, aunque en este caso no voy a llorar por la pérdida de una ganga en el Cash-Converters –¡qué pena de aquella vieja Peugeot!–, sino que voy a centrarme en el pelotazo que me dispongo a dar a cuenta de un lote de antiguas 'Ciclismo a Fondo' y de unas zapatillas R-100 de los tiempos de Anselmo Fuerte.
Diábolica, sí; pero para el que la use en verano. Ni ventilación,
 ni tejidos técnicos, ni nada: cuero, goma y a sudar 

   Las revistas las compré en una lonja de la red de rastros Reto, dedicada a la rehabilitación de toxicómanos a los que se adiestra para traperear con muebles viejos y chatarras de todo tipo. La lonja en cuestión se encuentra en un polígono industrial desvencijado, que suelo utilizar para eludir el aparcamiento de pago y la 'Zona Azul' cuando me veo obligado a ir al Hospital de Cruces (Bizkaia). Aunque queda un poco lejos del hospital y corres el riesgo de pinchar en cualquier momento con un clavo oxidado o una botella rota, aparcar entre aquellos barracones sale gratis y, además, te permite comprobar qué es lo que se cuece entre las cuatro paredes del solidario mercadillo.

ROCK CRISTIANO

   El lote de 'Ciclismo a Fondo' está formado por doce tomos encuadernados que abarcan desde el año 85 hasta el 94 –creo–. Lo encontré semioculto en la balda de un armario, mientras de los altavoces del rastro salían cánticos cristianos envueltos en una especie de rock sureño. El mozo del local dijo que salía a un euro el tomo, pero limando-limando logré que me dejara los doce volúmenes por diez euros.

   Las zapatillas R-100 las compré en un rastro de Emaus, en Vitoria, por dos euros y medio. Por la tecnología empleada –una cala tipo SPD y una tira de velcro—y el diseño, diría que son de principios de la década de 1990, aunque vete a saber.

Como no tengo escáner y soy un manazas,
el resultado es que la portada se ve malamente.
   Pues bien, mi plan es el siguiente: especular sin medida y aprovecharme de la fiebre vintage que asola nuestra sociedad para sacar tajada de estas reliquias del ciclismo pretérito. Ya me he informado, y por un lote de 'Ciclismo a Fondo' parecido al mío hay quien ha pagado casi 200 euros, mientras que por unas zapatillas de ciclismo antiguas y echas polvo creo recordar que se están pidiendo 15 o 20 euros en Ebay. Debe ser que respirar el aroma a ácaros de una revista vieja o calzarse las mugrientas zapatillas del ganador de las Metas Volantes en la Vuelta a España del 86 es lo más de lo más en la escena retro-ciclo-hipster.

   Sea como fuere, me dispongo a aprovecharme de toda esta tontería. Así, al amparo de Ebay, Todocolección o cualquiera de estas webs en las que lo mismo puedes adquirir los calzoncillos de Torrente, que el diente de oro de una abuela deshauciada, sacaré los cuartos a esos globeros retrofrikis a quienes ahora les ha dado por lucir maillots de lana en pleno agosto y que –si pudieran– no dudarían en sustituir el casco por una visera del Teka. No hay tiempo que perder; he de actuar antes de que estalle la burbuja vintage y de que el valor de mis adquisiciones se esfume como los ahorros de un preferentista.
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lunes, 28 de julio de 2014

Un cumpleaños sin entusiasmo (La quinta de Horner)

   Tengo que pararme a pensarlo... Pero sí: del 78 al 14 van 36, así que 36 años que cumplo. Para variar, este día no me llega en un buen momento; así que nada mejor que desahogar las frustraciones con una reconfortante dosis de autocompasión. Sé que este deprimente inicio no es el mejor reclamo para atraer la atención del lector, pero qué más da; hace ya tiempo que abandoné el propósito de convertirme en un ciclobloguero popular.

   Como decía en mi anterior artículo, mi fracasada incursión en el mundillo de la carrera a pie se ha saldado con la constatación de que mis arqueadas extremidades inferiores no están hechas para el running. Con una cadera maltrecha, pinzamientos diversos y sobrecargas varias, no me ha quedado más remedio que regresar al sillín de la BH. Pero la vuelta a la carretera se ha producido con escaso entusiasmo. La falta de ganas es patente, y aunque busco y rebusco nuevas altimetrías con las que despertar mi apetito por los desniveles imposibles, apenas logro reunir fuerzas para salir a rodar o para trepar al rodillo.

A diferencia de lo que ocurre con el Campeón de
 Eternia, a mí la genética no me acompaña.
   ¿Será éste mi final? ¿Habrá llegado el momento de dejar de arrastrarse y dar pena por esas carreteras de Dios? Después de todo, con 36 años uno ya no está para muchas alegrías; y si encima --como es el caso-- la desmotivación cunde y la genética ni está ni se la espera...

CHAMUSQUINA FARMACOLÓGICA

   Hallábame inmerso en estas recurrentes lamentaciones cuando, tras ojear las clasificaciones del recién concluido Tour de Francia, caigo en la cuenta de que, lejos de constituir mi declive cicloturista, este puede ser un buen momento para dar un paso al frente como globero. Entre los puestos de honor de la prueba francesa figuran nombres como el de un tal Peraud --segundo--, el amigo Zubeldia --octavo-- y Horner --17º--, todos ellos de mi quinta o incluso mayores. Una vez más, el olor a chamusquina farmacológica.

   El caso del Peraud ése y el de Horner resulta especialmente llamativo, porque siendo como soy un indocumentado en materia de ciclismo profesional, me atrevería a decir que se trata de corredores que hasta su ancianidad ciclista nunca antes habían empatado con nadie o casi nadie.

   Así que ¿a qué viene esa pereza? ¿Por qué escudarse en los años y en la mediocridad física para no aspirar al triunfo? Lo mejor puede estar por venir, y si para superar mi marca en la IratiXtrem tengo que arramplar con todas las boticas de doscientos kilómetros a la redonda, pues se arrampla. Al fin y al cabo, no creo que eso sea peor que mi hartada diaria de cervezas y snacks baratos.
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miércoles, 16 de julio de 2014

El culote mutilado

   "No hagas eso, que te vas a arrepentir". "No seas tan tremendista, hombre; ya veras como las aguas vuelven pronto a su cauce". ¡A la mierda! La decisión está tomada, y no hay refrán barato que me vaya a echar atrás. Así que empuño las tijeras y me pongo a la faena. La cosa resulta más complicada de lo que había pensado, porque los pespuntes se cuentan por centenares y mi falta de destreza convierte aquella labor en una pesadilla. Pese a todo, la perseverancia se impone a la torpeza, y la batalla textil entre el culote y yo acaba decantándose a mi favor. Libre de la doble costura que la mantenía unida al resto del tejido, la badana se desgaja, por fin, del interior de las mallas.
Tijeras, culote y ¡zis-zas! Destrozo total.

   Ya está; no hay más que hablar. ¡Al carajo con la bici, los puertos, el rodillo y el maldito blog! Esto se ha acabado para siempre. Pues eso, que abandono el cicloturismo; no tengo ni tiempo, ni ganas, ni motivación alguna para seguir desriñonándome sobre la BH. Así que la escenita de la badana y las tijeras podría interpretarse como un gesto de profundo simbolismo, como una especie de ritual de fin de ciclo, como una solemne ceremonia de catarsis... Podría, y estaría muy bien; pero la verdad es bastante más simple –y mucho más cutre-- que todo eso. Lo cierto es que tenía decidido pasarme al running y, en mi infinita ruindad, había optado por mutilar mi culote de ciclismo para reconvertirlo en unas mallas de correr. De esa forma, me ahorraba los diez eurillos que me costarían unos pantalones de atletismo de gama baja. Ya sé que es de no creer, ¿pero qué esperaban de un excicloturista precario?

'J´HAYBER' VS. 'KALENJI'
   Aunque había barajado la opción de empezar a correr con mis 'J´hayber Aventura Atenas', acabo por entrar en razón y descarto la idea. Después de todo, no es cuestión de hacerse una avería a la primera de cambio con un calzado que, evidentemente, no parece el más idóneo para mi nueva afición. Además, tampoco me apetece debutar en un deporte tan fashion haciendo el ridículo con unas semibotas de diseño tosco y desfasado. En su lugar, me calzo unas 'Kalenji' del Decathlon. Son 30 euros, pero visto como se las gastan el resto de marcas en este mundillo, me parece un precio razonable. Y empiezo a correr.

Las 'J´hayber' y su suela extragruesa lucen perfectas con vaqueros
 ajustados y camiseta de 'Barón Rojo', pero no casan bien con el running.
   Todo marcha más o menos bien. El cuerpo parece responder y las salidas se van haciendo más largas. Empiezo a superar la aversión que siempre he sentido hacia el ambiente runner e incluso me compro una revista especializada. Me informo sobre materiales, técnicas de entrenamiento y rutas para correr. Aunque sigo renegando del exceso de tontería de este mundillo –hay que reconocer que el ciclismo tampoco le va muy a la zaga--, ya no siento ese rechazo inicial. Empiezo a fantasear con la posibilidad de hacer un maratón de montaña o alguna prueba similar...   

   Pero la cosa empieza a joderse. Un dolor en la cadera que se reproduce en cada salida me va amargando poco a poco la existencia. “Son cosas del running”. “No te preocupes, ve a un podólogo deportivo a que te analice la pisada. Eso sí, ya te aviso de que barato no te va a salir”. “Yo voy al fisio todos los meses; en este deporte hay que aprender a convivir con el dolor”. Consejos no me faltan, pero todos ellos apuntan en una dirección que pinta bastante mal: en el mundillo éste, parece que hay que pasar por la caja del especialista médico cada dos por tres y, encima, eso no te garantiza que estés libre de toda clase de padecimientos. ¿Pero estamos locos o qué? ¿Qué clase de engaño es ésta?

ESTO SE VA A ACABAR

   Durante un tiempo, trato de aguantar y sigo corriendo, esperando a que las cosas mejoren por sí solas. Evidentemente, eso no ocurre; y el dolor cada vez es más intenso. Pero la perspectiva de un largo y oneroso peregrinaje por podólogos, traumatólogos y fisioterapeutas se me hace inasumible. Además, ¿qué es eso de que hay que aprender a convivir con el dolor? Entiendo que practicar un deporte implique sufrimiento y esfuerzo, pero de ahí a andar toda la vida entre lesionado y tullido...

Unas Kalenji de 30 euros, la mejor opción. Si se te jode la cadera,
siempre puedes prenderles fuego sin demasiados remordimientos   
    Una idea se repite cada vez con mayor intensidad en mi cabeza, hasta que al final, la posibilidad se convierte en certeza. "Me parece a mí que eso del running se va a acabar",  me digo, aburrido ya de andar cojeando cual vejestorio reumático. Puede que, como siempre, esté exagerando y tomándome las cosas a la tremenda. Así será, seguramente. ¿Cómo, si no, explicar mi errático comportamiento y mi precipitada forma de proceder? ¿Acaso no sería más lógico consultar a un especialista y reflexionar un poco antes de tomar una decisión? Aunque lo cierto es que en mi larga y precaria trayectoria cicloturista nunca había tenido que preocuparme de más dolores que los calambres en las piernas, las molestias en el culo o algún pinchazo que otro en la rodilla. Nada que no se pasara con un par de días de reposo y, por supuesto, nada que me obligara a apoquinar por una consulta de medicina privada.  

   De modo que, un buen puñado de meses después, el sentido de aquellas advertencias familiares se revela ante mí en toda su magnitud. “No hagas eso, que te vas a arrepentir”. Cuánta razón había en esas palabras. Porque, ¿cómo coño se supone que voy a volver a coser ahora la badana del culote?



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lunes, 3 de febrero de 2014

Ochate y las patrañas de Iker Jiménez. (Paisajismo decadente II)

   Las ruinas del pueblo fantasma de Ochate. He aquí el objeto de análisis de esta segunda entrega de 'Paisajismo decadente', la sección con la que el autor de este blog da rienda suelta a su cargante afición por la chatarra y el escombro. Son muchas las poblaciones abandonadas que el cicloturista puede encontrar en el ejercicio de su actividad, y todas o casi todas ellas arrastran tras de sí disparatadas leyendas sobre enigmas o sucesos inexplicables. Pero es que sobre Ochate se han dicho tantos disparates y han corrido tantos bulos, que dudo mucho que haya caso que lo iguale.

    Fueron las patrañas de Iker Jiménez --ese incansable investigador de lo oculto-- las que me llevaron hasta este pueblo maldito. Pero además de los programas de televisión de este hombre, en internet es fácil encontrar un largo rastro de engañifas sobre Ochate. Las historias, la verdad, no hay por donde cogerlas, por lo que se hace muy difícil tomárselas en serio. Epidemias extrañas, avistamientos de ovnis, psicofonías, apariciones... Al parecer, no hay hecho fatídico o suceso paranormal que no haya tenido lugar en tan insignificante poblacho.
Iker descubre misterios donde no los hay y obra el milagro
de rellenar programas sin necesidad de contenidos.


   El desvío hacia esta aldea se encuentra a mitad del Puerto de Vitoria (Álava), muy cerca de los puertos de Zaldiaran y Herrera, por lo que la visita a este lúgubre paraje puede servir de aliciente para que el ciclista desmotivado abandone su estupor y se enfrente a este triple reto altimétrico. Las dos primeras ascensiones no pasan de meras tachuelas, aunque el Zaldiaran puede empalmarse con una rampa final de un kilómetro y medio al 14 por ciento --con tramos de hasta el 27 por ciento-- que lleva hasta una antena. Herrera tiene una vertiente dura, con cinco kilómetros y medio a más del ocho por ciento, y otra que no lo es tanto, con siete kilómetros al 4,8 por ciento.

DERRENGADO SOBRE LA BH

   En mis expediciones cicloturistas por los alrededores de la capital alavesa, me había fijado en varias ocasiones en el cartel en el que aparecía escrito a mano el nombre de tan infausto lugar. Sin embargo, como aquel punto me pillaba siempre bajo mínimos, derrengado tras hacer el cafre en las rampas de Zaldiaran y Herrera, nunca me había encontrado con ánimos suficientes como para internarme por el desvío. Consumido sobre la BH, una y otra vez me prometía a mí mismo que en la próxima ocasión me lo tomaría con más calma, y que reservaría las fuerzas para poder explorar aquellas ruinas condenadas.

¿Interferencias paranormales en la captura de la imagen
 o torpe retoque fotográfico? Lo segundo, más bien.
    Pero un buen día, aburrido de mi rutinaria existencia y sin ninguna gana de coger la bicicleta, monté en el viejo Megane y me planté en el inicio de la pista que habría de llevarme a Ochate. No es que tuviera mucho interés por el asunto ni que me hubiera tragado las trolas sobre aquella funesta aldea, sino que no tenía nada mejor que hacer. Es triste reconocerlo, pero no se me ocurría mejor forma de pasar aquella mañana de domingo que emulando a los cazadores de ovnis majaras y a los frikis de Cuarto Milenio.

   Después de una buena caminata --primero por pista de tierra y luego campo a través-- llegué a Ochate. Como era de esperar, en el pueblo no había rastro alguno de entes extraterrenales. Por no haber, casi no había ni pueblo, porque apenas quedaban en pie la torre de una iglesia y las paredes de tres o cuatro casas. La cosa no daba para mucho, así que tras merodear un rato por entre las ruinas y disfrutar de la contemplación de una herrumbrosa maquinaria agrícola abandonada en el lugar, me fui por donde había venido.

   ¡Menudo fenómeno está hecho el amigo Iker! Con un puñado de casas derruidas, una torre en un descampado y unos cuantos datos históricos traídos por los pelos, va y se casca un documental de media hora para Cuatro. Ni pruebas, ni testimonios de fuste, ni nada de nada. Total, para qué; si con una buena musiquilla de misterio el reportaje se vende solo. No, si el que vale, vale.

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domingo, 26 de enero de 2014

'Retrofrikis', casas de empeño y una vieja Peugeot

   En mis habituales incursiones en el Cash-Converters, el rastro de Emaus y otros antros similares, varias veces se me ha presentado la tentación de subirme al carro del cicloturismo vintage. No es de extrañar, porque el inframundo de las casas de empeño y la compraventa de artículos usados es una verdadera mina para todo retrofriki. Videoconsolas prehistóricas, tebeos arcaicos, vídeos Betamax... Y bicicletas, por supuesto: Motorettas, Californias, Torrots y todo tipo de bicicletas grotescamente anticuadas.

   Es cierto que para poder acceder a estos tesoros del fetichismo nostálgico, es necesario estar siempre alerta; porque las gangas no abundan y la competencia es feroz. Así, cuando una joya oculta emerge entre la morralla que acumulan estos locales, hay que actuar de forma decidida. El más mínimo titubeo puede resultar fatal, porque la moda vintage es una plaga que no cesa, y los cazadores de cachivaches obsoletos no dan una segunda oportunidad.
Aunque pesadísimas y poco prácticas, las Torrot de
cross son de lo más retro. (todocolección.net)

   Ese fue el error que --pardillo de mí-- cometí hace unos días en el Cash-Converters de al lado de mi portal. Colgado en la sección de bicicletas, un magnífico ejemplar de Peugeot de carreras surgía, majestuoso, entre la vulgaridad de mountainbikes baratas y bicis de paseo del Decathlon que constituyen la oferta habitual del establecimiento. No era la primera vez que me encontraba con una máquina de estas características, pero ésta reunía una serie de condiciones que la hacía especialmente atractiva.

SOSPECHOSO TRAQUETEO

   Por los componentes --una antiquísima versión del Shimano 105-- y el diseño, parecía un modelo de finales de la década de 1970 o principios de la de 1980. El cuadro, de una especie de color verde turquesa, estaba en perfectas condiciones, sin rastro aparente de óxido y con unas preciosas insignias y pegatinas. Además costaba sólo 65 euros. ¡Aquello no podía ser verdad!

   Ya sólo faltaba que fuera de mi talla. Nervioso, salí del establecimiento y subí corriendo a casa para coger la cinta métrica. Tragando saliva, apliqué la cinta al eje pedalier y la estiré hasta la base del sillín. ¡Efectivamente! ¡Era de mi talla! El próximo paso era comprobar si los frenos y los cambios --dos platos y creo que cinco piñones-- funcionaban como es debido. Pedí a uno de los dependientes que me descolgara la bici. Los frenos, teniendo en cuenta la precaria tecnología de la época y que probablemente les hacía falta un repasillo, iban más o menos bien. Los platos y los piñones también respondían cuando se accionaban sus respectivas palancas. Sin embargo, con cada pedalada se notaba una especie de traqueteo, como una leve runrún.

RACANERÍA INNATA

   Yo no tengo mucha idea de mecánica, la verdad, pero aquello pintaba mal. Lo mismo era una tontería que se arreglaba limpiando y lubrificando la cadena; pero igual se debía a algún estropicio grave. Qué se yo, el eje pedalier partido o algo así. En ese caso, habría que llevar la Peugeot a un taller, y puede que, entonces, lo que había parecido una ganga ya no lo fuera tanto. Tras afrontar el dilema con detenimiento, mi racanería innata se impuso a la tentación, y abandoné el Cash-Converters con las manos vacías.
La Peugeot, que era más o menos así, destacaba
entre la cutrez del establecimiento (peugeotshow.com)

   Pero lejos de desaparecer, el influjo que aquella vieja bicicleta ejercía sobre mí se fue acrecentando con el paso de las horas. Era una pieza preciosa y, con la salvedad de esa extraña vibración, se encontraba en un estado magnífico. Además, en el peor de los casos, ¿qué podía costarme cambiar el eje pedalier? Seguro que el viejo ése del taller de bicis podía hacerme un apaño por menos de 50 euros. A media tarde, la duda había dado paso a la certeza: tenía que comprar la Peugeot.

   Sabedor de que los frikis del retrociclismo están a la que salta, me apresuré a regresar a la tienda antes de que fuera demasiado tarde. Bajé corriendo las escaleras, salí a la calle y me planté de nuevo en el Cash-Converters. Con el corazón en un puño, avancé hacia la sección de bicicletas entre cajones repletos de libros, vitrinas con videojuegos y estantes de menaje usado. ¿Habría llegado a tiempo? ¿Tendría ocasión de enmendar mi tremendo error?

   Pues iba a ser que no. La percha de la que aquella mañana colgaba la Peugeot estaba vacía. Como vacías habían quedado mis esperanzas de convertirme en un ciclista fashion y de lucir aquella antigualla en los círculos más cool del cicloturismo urbano. Me estaba bien empleado, por tacaño y miserable.
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viernes, 10 de enero de 2014

'Pedalier' y 'Bicisport', es lo que hay

   Hace un tiempo dejé de comprar cierta revista de cicloturismo. Era aquella una publicación muy vistosa, con fotos espectaculares y con temas aparentemente interesantes. Sin embargo, con cada nueva entrega ocurría lo mismo: era ponerse a leer, y empezar a cabrearse de mala manera.  Ahora, me da a mí que también voy a dar el finiquito a la otra revista de cicloturismo que empecé a comprar hace unos meses.

   "¿Y qué revistas son esas?" Podría preguntarse algún globero despistado. Pues cuáles van a ser, hombre de Dios, si sólo hay dos      --en España, me refiero--: Pedalier y Bicisport. Aun a riesgo de que los patronos de tan ilustres publicaciones me declaren persona no grata en el mundillo cicloturista --lo cierto es que dudo que eso ocurra, más que nada por la nula difusión de este blog--, expondré a continuación los motivos que me han llevado a adoptar tan drástica decisión.
Da gusto ver las portadas de Pedalier;
los contenidos ya son otro cantar.

   Vayamos con Pedalier. En primer lugar, es de justicia reconocer que la revista, formalmente, está bastante lograda. Las fotografías son buenas, el papel es de calidad y la maquetación puede considerarse pasable. Además, su enfoque --centrado más en altimetrías y rutas de montaña que en pruebas sobre materiales prohibitivos-- resulta especialmente atractivo para un tipo como yo, aficionado a acumular desniveles pero carente de toda solvencia financiera.

   Lastima que tan acertado planteamiento se vea lastrado por unos textos...  Digamos que un tanto pobres. De ahí el cabreo cada vez que me ponía a leer un nuevo número de la revista: Los puertos de Asturias, altimetrías de Luz St. Sauveur, las siete caras de Pierre St. Martin... Las portadas ofrecían siempre temas prometedores, que una vez tras otra me tentaban, haciéndome olvidar el desengaño del número anterior.

TUFILLO A PUBLIREPORTAJE

   Luego, inevitablemente, venía la decepción: las crónicas, en su mayor parte, estaban redactadas de forma más que cuestionable, repletas de lugares comunes e incluso con errores gramaticales. No era sólo una cuestión formal, sino que los textos, aun refiriéndose a rutas sugerentes, no lograban transmitir pasión alguna ni esa sensación de aventura que uno espera al leer, por ejemplo, el relato de una travesía de varios días por Escocia. Todo esto, por no hablar de ciertos artículos con un sospechoso tufillo a publireportaje institucional.

   Aunque dedicada también al cicloturismo, Bicisport poco tiene que ver con Pedalier. En este caso, se trata de una revista más orientada a las pruebas de bicicletas y componentes, en la que los recorridos ocupan un papel secundario. Y hablando de papel, la calidad del mismo, tanto el de la portada como el de las páginas interiores, es algo peor que la de su competidora --al menos, al que utilizaba cuando todavía la compraba--.

Comparativas poco claras y un pobre apartado
 gráfico lastran a esta publicación.
   Las fotos también son inferiores a las de Pedalier, algo que no es de extrañar, vistas las confesiones que el propio director de Bicisport --Sergio Palomar-- realiza habitualmente en un foro de internet dedicado a esta última publicación. En un meritorio ejercicio de sinceridad, Palomar reconoce literalmente que el servicio de documentación del grupo al que pertenece la revista «murió en el ERE de hace cinco años», y que en la mayor parte de los casos consiguen las fotografías «buscándose la vida».

LAMENTOS DE DIRECTOR

   Con independencia de esta cuestión, el director de la revista suele lamentarse en el referido foro de algunos otros problemas --falta de tiempo y personal, por ejemplo-- derivados de la precariedad en la que se ve obligado a trabajar. Repito que su sinceridad es encomiable, y espero que no le cueste un disgusto por parte de sus editores. No obstante, saber que el producto que uno está adquiriendo ha sido elaborado con prisas y sin los medios suficientes, no invita precisamente a seguir aflojando los euros para comparlo.

   Por lo demás, creo que la calidad de los textos --salvo los de Joseba Beloki, ciertamente lamentables-- supera a la de los de Pedalier. No sé, por lo menos, uno puede leer la revista sin hacerse mala sangre por los fallos de sintaxis y por las simplezas que se encontraba en aquella publicación.

   En los análisis de material se echa en falta una mayor claridad en las comparaciones entre unos y otros productos. Entiendo que todas las marcas son potenciales anunciantes y que no vas a poner por los suelos la bicicleta que te ha dejado probar determinada compañía, pero si haces una comparativa de varios modelos, qué menos que dejar claro cuál de ellos consideras que tiene una mejor relación calidad-precio.

   Así que esto es lo que hay; o lo tomas o lo dejas. Yo, por el momento, lo voy a ir dejando. Pero, ¿acaso lo que yo haga le importa a alguien?

 



 


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