miércoles, 22 de julio de 2015

Fracaso pirenáico

Kilómetros recorridos: cero. Desnivel acumulado: cero. Litros de gasolina malgastados: 45 (más o menos). Euros dilapidados: pongamos que 80. Impresionante balance el de mi última (y fallida) expedición ciclista a los Pirineos. El ridículo fue absoluto; aunque acostumbrado ya a que mis planes deportivos fracasen uno tras otro, la cosa no me cogió por sorpresa y asumí el revés con preocupante indiferencia. Al final, uno se deja llevar por donde la vida le lleva, y acaba incluso resignándose a la rutina de la frustración.

Típico ejemplar de campista profesional. Su pericia le
permite prescindir de posavasos. (desmotivaciones.es)

El caso es que mi programada estancia de tres días en Otxagabia (Navarra) para rememorar pasadas gestas globeras en los colosos del Pirineo occidental se torno en una visita relámpago al camping de Osate. Apenas instalado en el bungalow tras más de tres horas de viaje --el inevitable despiste con el GPS prolongó la duración del trayecto desde Vitoria--, un contratiempo familiar me obligó a marcharme por donde había llegado. Mis explicaciones al encargado de la recepción no me libraron de una penalización de veinte euros por la reserva, aunque al menos no me cobraron los 43 euros de tarifa diaria oficial por la ocupación de la cabaña.  

Al final, el viaje se redujo a un pelearse y volverse a pelear con el portabicis; a un ir y volver con el Megane; a una frustrante experiencia en la que el decaimiento y la apatía arrasaron toda ilusión. No hubo escaladas agónicas a Bagargi ni Larrau. No hubo tortura en Errozate. No hubo dolor y sufrimiento sobre el asfalto. Ni aventura; ni diversión. Sólo sordo vacío, claudicación y desgana.

Sombrías reflexiones al margen, la brevísima estancia en el camping me permitió disfrutar de las habituales estampas de estos recintos, en los que el espíritu aventurero convive con el dominguerismo. La minitienda del montañero pugna por su espacio vital con la gigantesca carpa, la tumbona y la nevera portátil del aficionado a la barbacoa, en un contraste que se repite con los vehículos aparcados en el campamento. Abundan las autocaravanas de lujo, con sus antenas parabólicas; pero también los utilitarios o las furgonetas acondicionadas para la vida campestre.

Lo que se salía de lo habitual era un viejo camión Pegaso aparcado en una parcela del campamento. Preparado como autocaravana todoterreno, era un cacharro espectacular, que no desentonaría entre los engendros mecánicos que pueblan el universo de Mad Max. En serio lo digo, el Pegaso parecía perfectamente preparado para desenvolverse con soltura entre las ruinas y desiertos de ese mundo posapocalíptico de gasolina, demencia y aniquilación de El guerrero de la carretera. Aunque me cuesta, refrenaré mis impulsos y no abundaré en el tema, pues la cuestión esta de los monstruos de cuatro ruedas y las pesadillas nucleares ya ha sido objeto de numerosos --excesivos, seguramente-- comentarios en este blog o en el extinto Dandochepazos


El Pegaso del camping era más o menos así. Iba a hacerle una
foto, pero fui dejándolo y al final pasó lo que pasó. (el4x4.com)
En Osate me topé con ejemplares típicos de la fauna deportivo-campista, como una cicloturista con apariencia de prejubilada con un maillot de la Quebrantahuesos. Otro ejemplo de este submundo con el que me crucé en la cafetería del camping fue un joven con pinta de corredor de montaña (ya saben, trail runner). Este también lucía camiseta de una prueba deportiva, aunque en este caso la serigrafía incluía un clásica proclama 'abertzale' que, dada la conflictividad del asunto y visto como se las gastan con los comentarios de algunos en la red, me abstendré de citar aquí.

Este chaval fue uno de los parroquianos junto a los que presencié, en el bar del camping, el final de la etapa del Tour que acabó en La Pierre Saint Martin. Sí, esa en la que el molinillo de Froome alcanzó cotas suprahumanas y, salvo sorpresa en forma de chuletón enriquecido o contaminación por EPO vía Espítitu Santo, dejó la carrera sentenciada, sin emoción, en modo sopor. O sea, como casi siempre en el Tour. Uno, que gusta de ir atrancado y abusando de desarrollo, no puede por menos que admirar esa capacidad del famélico ciclista para mover las bielas cual turbohélice. No sé cómo hará para no vomitar el corazón en el intento, aunque --vista la trayectoria de casi todos los campeones ciclistas de los últimos años-- me hago una idea.

No dio para mucho más mi expedición ciclista a los Pirineos. Bueno, sí; para que al regresar a Vitoria volviera a liarme con el GPS y casi me estampara con otro coche al tratar de coger una salida de la autovía en el último momento.

2 comentarios :

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Unknown dijo...
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