
Sin más horizonte que la pared; atrapado en un cuartucho cerrado. El tiempo parece dilatarse y los segundos se arrastran despacio, en una tediosa agonía. El sudor se desliza, fluye constante, y la frecuencia cardiaca se aproxima al umbral del colapso. Cada pedalada es un tormento, un sacrificio estéril; no hay avance posible, no existe salvación.
Desolador panorama, éste, pero real como la vida misma. Toda sesión de rodillo es un viaje a ninguna parte; un ejercicio de autoflagelación en el que debemos renunciar a toda esperanza de confort...